De profesor a profesor: La respuesta a la carta del docente uruguayo que había renunciado

Juan Ramiro Fernandez, profesor hace 25 años en varias universidades, propone una mirada completamente distinta a la planteada por Leonardo Haberkorn: “Yo mismo hago un post en Twitter al comienzo o al final de una charla”

Esta mañana, todavía tratando de despertarme, leí la repercusión del post del periodista y profesor en la carrera de Comunicación en la universidad ORT de Montevideo, Leonardo Haberkorn. En su blog, admite (y cito textualmente): “Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla”. Como resultado de este cansancio, Haberkorn periodista dejó de dar clases luego de “muchos años”.

Hasta aquí no sería más que un telegrama de renuncia victimizándose (no me voy porque quiero, me voy porque esas cosas malas me han vencido). El problema es que en su despedida, no solo se las agarra con los celulares, con Facebook y con Whatsapp (supongo que tuvimos suerte de que no cayeran en la volteada la luz eléctrica, la birome y la imprenta) sino que se las agarra con los alumnos. Y ahí se me atragantó la tostada. Y eso que tenía queso untable.

Haberkorn acusó a los chicos de desinteresados, de abulicos, de desinformados, y (una vez más voy a la cita): “La incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos. Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo”.

Leonardo Haberkorn (Gentileza Leo Carreño) Leonardo Haberkorn (Gentileza Leo Carreño)
En resumen: los chicos se distraen, los chicos se aburren, los chicos usan el celular en clase, los chicos no están informados, los chicos tienen faltas de ortografía y no tienen curiosidad.

Qué malos son los chicos. Un poquito más y son Darth Vader. Si tan solo hubiera algo que les hiciera levantar la vista del celular en clase. No sé, algo como -uso mucho Facebook y mi imaginación es limitada-, como una persona que esté al frente de la clase y los motive con interés… eso tenía un nombre. Me voy a fijar en Wikipedia, porque soy muy vago y moderno, pero estoy seguro de que se llamaba docente.

Lo que Haberkorn olvida es que es nuestra responsabilidad (ah, no les conté, digo “nuestra” porque doy clases en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UCA, en programas de posgrado de la Universidad de Palermo, en el programa MIND de Minders Group y la Universidad de San Andrés y soy consultor de medios en temas de content marketing. O sea. Que dí clases, como 25 años).

Decía que es “nuestra” responsabilidad mantener la clase con un nivel de interés mínimo. Si los alumnos se duermen, no es culpa de que tengan sueño, sino de que la clase que uno está dando es soporífera; si los alumnos no participan, no es que sientan “ajenidad” (palabra fea pero correcta) sino que, por alguna razón, el tema que se está dando no resuena.

Haberkorn: no te enojes, pero la culpa era toda tuya. En mi carrera tuve la oportunidad de ver como industrias enteras desaparecían por la llegada de las nuevas tecnologías. Esto no es ni malo ni bueno, algunas cosas murieron y otras aparecieron para reemplazarlas. Pero temo que el profesor (perdón, ex profesor) Leonardo Haberkorn es parte del grupo de gente que se resiste a esto cambios.

Los jóvenes y los celulares, en el centro de la cuestión (Shutterstock) Los jóvenes y los celulares, en el centro de la cuestión (Shutterstock)
El concepto de periodismo ciudadano, que los chicos tengan en sus bolsillos herramientas periódisticas más potentes que un estudio de televisión de hace veinte años, hace que dar clase hoy sea una de las oportunidades más maravillosas de la vida de un periodista y docente. Claro que hay que renunciar a la idea romántica del periodismo con máquina de escribir y a la idea de poder decir alguna vez “paren las rotativas”.

Mis alumnos no se duermen. Hace poco, uno de ellos me dijo algo que me dejó con una sonrisa dibujada por una semana: “Tu clase es una de las pocas clases que espero con ansias en toda mi carrera”.

Eso hace no solo que no me rinda: hace que me entusiasme. Y que me divierta. Y si yo me divierto y lo paso bien, los alumnos lo pasan bien. Esa es mi obligación. Transmitir información de la manera más eficiente posible. Inspirar. Desafiar. “La gente se puede olvidar de lo qué les dijiste, pero nunca de cómo los hiciste sentir”, decía la escritora Maya Angelou: esa idea me guía en mis clases.

Y así hablamos del ISIS, de Venezuela, de Uber, de nuevas tecnologías, de start ups, de nuevos modelos de periodismo. Y usamos los celulares. Y sacamos fotos. Y en algunas ocasiones, yo mismo hago un post en Twitter al comienzo o al final de una charla.

Y muchas veces, ellos no quieren que termine la clase. Pero lo que es más importante: yo tampoco.