7 de cada 10 padres en la Argentina usan la violencia con sus hijos

Sólo un 3,7% de los adultos se declara partidario de los castigos físicos. Sin embargo, la mitad de los niños de entre dos y cuatro años los recibe. ¿Cuánto hay de heredado y cuánto del ritmo de vida actual en la elección de esta forma de "disciplinar"? La opinión de los expertos

Podría decirse que los padres actuales integran una de las primeras generaciones de progenitores con tanta información a disposición sobre crianza respetuosa, apego seguro y estímulos positivos. Los padres de ellos pudieron haber aplicado –por desconocimiento– algún tipo de violencia física o verbal durante su niñez, pero ellos saben que no es la manera. Que los tan necesarios límites se alcanzan de otro modo. Que la violencia perpetúa la violencia y –por añadidura– daña la autoestima, dificulta el desarrollo y perjudica las habilidades sociales.

Por si eso fuera poco, el nuevo Código Civil de Argentina –vigente desde 2015– prohíbe expresamente no solo el castigo corporal hacia los chicos sino también el psicológico. En su artículo 647 lo expresa con claridad: “Prohibición de malos tratos. Auxilio del Estado. Se prohíbe el castigo corporal en cualquiera de sus formas, los malos tratos y cualquier hecho que lesione o menoscabe física o psíquicamente a los niños o adolescentes. Los progenitores pueden solicitar el auxilio de los servicios de orientación a cargo de los organismos del Estado”.

El 54,4% de los niños de entre dos y cuatro años de la Argentina sufren castigos físicos
La violencia no es buena en ninguna de sus formas y de ningún modo será la manera de impartir disciplina, orden, límites. Los padres de hoy lo saben. Y en el país, la ley se los prohíbe.

Sin embargo, cada día se registran 85 denuncias por maltrato infantil de media en la provincia de Buenos Aires, donde se concentra el 40% de la población argentina. La estadística hace referencia a los casos más graves, como palizas, abusos sexuales y abandono y deja fuera otras formas de violencia naturalizadas, ejercidas contra los niños en millones de hogares.

Según el nuevo informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) “Una situación habitual: violencia en las vidas de los niños y los adolescentes”, gritos, bofetadas, insultos, azotes y sacudidas forman parte de los métodos de disciplina aplicados por los padres a sus hijos en siete de cada diez familias argentinas.

Los primeros cuatro años de vida son críticos. Es la edad en que los niños son más indefensos, pero también cuando más violencia reciben. El 54,4% de los niños de entre dos y cuatro años de la Argentina sufren castigos físicos, el 45,2% de los que tienen entre cinco y 11 años, el 32% de los comprendidos entre 12 y 14 años y el 26,4% de los adolescentes entre 15 y 17. Las agresiones verbales, en cambio, se mantienen alrededor del 60% en todas las edades, según el estudio que fue realizado a partir de la Encuesta de Indicadores Múltiples por Conglomerados.

En el mundo, 6 de cada 10 niños menores de entre 12 y 23 meses están sometidos a algún tipo de disciplina violenta. Casi la mitad son víctimas de castigos físicos y una proporción similar están expuestos al abuso verbal, según el mismo informe.

Y pese a que solo un 3,7% de los adultos se declara partidario de los castigos físicos, la realidad marca que los sufren la mitad de los niños de entre dos y cuatro años y aumenta hasta el 73% si se extiende a cualquier forma de violencia, como agresiones verbales.

Y dado que solo 60 países adoptaron una legislación que prohíbe totalmente el castigo corporal contra los niños en el hogar, se vuelve prioritario para Naciones Unidas visibilizar el problema y concienciar a los padres de la necesidad de cambiar su forma de crianza.

“La violencia hacia los chicos dificulta su desarrollo cognitivo y habilidades sociales –subrayó Roberto Benes, representante de Unicef en la Argentina–. Es especialmente preocupante cuando ocurre en el interior de los hogares e involucra a los adultos cuidadores, personas que en lugar de proteger y acompañar a los niños en su crecimiento, los lastiman física y emocionalmente”.

El maltrato físico y psicológico queda grabado en la memoria de los niños que lo padecen, pero rara vez se denuncia, lo que complica la detección de casos. Es más, cualquiera que osara intervenir frente a un padre que maltrata a su hijo en público recibirá un “¿qué te metés? Es mi hijo” como segura respuesta. Como si el niño fuera de su propiedad. Como si no existiera una norma que prohíbe ese maltrato.

Consultada por Infobae sobre cuánto cree que hay de heredado de su crianza en estas conductas de los padres actuales, la licenciada en Psicología Lorena Ruda (MN 44247) consideró: “Estamos atravesando un cambio de paradigma en relación a la crianza. Venimos con muchos modos adquiridos que son difíciles de modificar. Incluso al hablar con padres, aún consideran que ‘tan mal no salimos’ y creen en la bofetada ‘a tiempo’ o el castigo como modo de aprendizaje”.

Para ella, estos padres no tienen en cuenta que “los niños luego o bien siguen repitiendo aquello que ‘hicieron mal’ ya que muchas veces se trata de conductas propias de cada edad, o cambian la conducta por miedo a la reprimenda”. Para muchos, sin embargo, esto es el efecto buscado.

“Los gritos o sacudones también tienen que ver con momentos de desborde donde el adulto siente que es la única manera de que el niño escuche o registre el verdadero enojo”, agregó.

La especialista en crianza Laura Krochik manifestó que pese a que el informe apunta a situaciones que ocurren en hogares de bajos ingresos y con situaciones de vulnerabilidad, en el día a día en su consultorio observa casos de violencia que “ocurren permanentemente en hogares de clase media y alta”.

“Creo que el nivel de maltrato lo único que hace es reflejar el nivel de violencia y de desconexión emocional en el que vivimos. Estamos en una sociedad del sálvese quien pueda, en la que no hay lugar para mucha mirada del prójimo”, analizó, al tiempo que remarcó: “Me parece que se trata de trabajar con las nuevas generaciones de padres en cuanto a las necesidades, al autoconocimiento y a la elevación de la autoestima. Un adulto que se reconoce, que se quiere, que se sabe ser humano con todo lo que eso significa no puede maltratar ni denigrar a nadie, menos si se trata de un niño, y menos aún si se trata de su hijo”.

Sobre la manera en que estas nefastas estadísticas podrían revertirse, Krochik destacó que “hay una cuestión de valores, de autoestima y de trabajo personal que podríamos trabajar desde el jardín de infantes, para ver qué les pasa a los niños con las emociones”, y subrayó que en muchas escuelas ya se trabaja con la meditación como herramienta y en esos establecimientos es notable la disminución de la violencia, debido a que hay mucha más concentración y los nenes no están bajo estrés”.

“Vivimos en un estado de estrés permanente y eso se manifiesta a la hora de los vínculos; perdemos el norte, perdemos la conciencia. ¿Qué pasa que nos olvidamos del amor? Creo que esto tiene que ver con la sociedad en la que vivimos, más allá de la educación que recibimos, y que se debe generar conciencia, trabajar en prevención para no llegar a estas cifras”, finalizó.

Sobre lo mismo, Ruda consideró: “Creo que para revertir esta estadística es importante que haya campañas de concientización sobre los daños que generan este tipo de maltratos a largo plazo. Y que los padres también tomen conocimiento de lo que es esperable en cada etapa evolutiva, para de esta manera poder entender más a sus hijos, generando más empatía, entendiendo que nada de lo que hacen es en su contra y que con contención el resultado puede ser muy bueno”.

“No se trata de no poner límites. Tampoco de ser autoritarios. Es encontrar el punto y los modos de hacerlo. Así como revisarse y elaborar la propia historia, para poder criar distinto y empezar a transmitir otros modos. Aprender a respirar antes de reaccionar”, apuntó.

Noelia Schulz es comunicadora, y en su blog Criando Pensamientos recopiló la opinión de varios especialistas en crianza acerca de promover el respeto hacia los niños e interrumpir la espiral de violencia.

Álvaro Pallamares, psicólogo clínico infantil, es oriundo de Chile y autor del espacio Psicología Infantil, que trabaja hace tiempo difundiendo contenidos relacionados con estas temáticas. “Las personas que defienden las palmadas no entienden que no solo es perjudicial para la salud mental de esos niños, sino además un predisponente para seguir naturalizando la violencia. (…) Muchas madres y muchos padres (sin duda demasiados) avalan la violencia que ellos ejercen sobre sus hijos justificando que es por su propio bien, no entienden que la violencia en todas sus formas siempre daña, la violencia lo único seguro que genera es más violencia”, manifestó.

Sus argumentos son más que razonables. “¿Cómo le enseñás a resolver los problemas a tus hijos? Parece que los golpes no solucionan nada, sino más bien instalan un problema más grave. Ya a esta altura del argumento siempre hay un adulto dañado que dice: ‘a mí me pegaban y hoy soy un hombre de bien’ (cosa que yo no podría asegurar). Los niños no necesitan gritos para obedecer, ni golpes para entender. Los niños necesitan tiempo, empatía, paciencia, tolerancia, pero también límites, estructura y predictibilidad, las cuales deben otorgarse necesariamente dentro de un marco de buen trato y respeto”.

Yolanda González es psicóloga española experta en prevención infantojuvenil y advirtió de los riesgos de perpetuar este tipo de violencia: “El adulto considera el castigo físico y verbal como una medida correctora del comportamiento, pero en realidad es solo represora porque ignora las causas de esa conducta infantil”.

“Los niños necesitan disciplina, es cierto, sin embargo esta disciplina no puede transgredir los derechos de la infancia. Los padres de hoy son la generación con mayor acceso a información, investigación, discusión y reflexión en torno a la crianza, los límites, los derechos y las obligaciones de los niños. Que nuestros padres usaran la violencia para castigarnos es fruto de la ignorancia; que lo hagamos nosotros no tiene justificación alguna”, sentenció Pallamares.

En la Agenda para el Desarrollo Sostenible de 2030 de Unicef figura un llamamiento audaz y ambicioso para poner fin a la violencia contra los niños, y se reconoce su erradicación como un componente esencial del desarrollo sostenible. Un paso crucial para lograr este imperativo universal es la movilización de la voluntad política y la promoción de estrategias basadas en pruebas empíricas para abordar múltiples factores que contribuyen a la violencia, incluidas las normas sociales y culturales que condonan la violencia, las políticas y la legislación inadecuadas, los servicios insuficientes para las víctimas y la escasez de inversiones en sistemas efectivos para prevenir y responder a la violencia. Un elemento fundamental de estos esfuerzos es la creación de alianzas estratégicas, como la Alianza global para eliminar la violencia contra los niños, para acelerar la acción, aprovechar los recursos, generar compromisos, facilitar el intercambio de conocimientos y poner en marcha medidas en mayor a escala.

Por Valeria Chavez