Frente a un sistema de agricultura intensiva, producción a escala para vender al menor costo y el monopolio de la propiedad de las semillas, los alimentos orgánicos surgen en escena. Detrás están los considerados hace unas décadas “hippies verdes”: los productores.
La Argentina está siendo parte de esta transformación. Conforme el último informe presentado este año por el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), la superficie orgánica cosechada en el país presentó un crecimiento del 10% en 2015, destacándose los cultivos de legumbres y hortalizas (con aumentos de hasta el 200%) y con 75.472 hectáreas, alcanzando el máximo valor desde el inicio de la actividad.
Los que producen de forma orgánica buscan generar alimentos, cuidando la tierra, sin utilizar químicos. Pedro Landa, presidente del Movimiento Argentino para la Producción Orgánica (MAPO) lo sintetiza: “La gran diferencia de la producción orgánica con el sistema tradicional de Organismos Genéticamente Modificados (OGM) es la conexión del productor con el ecosistema, lo conoce desde arriba, desde abajo, desde cada uno de sus lados”.
Algunas desventajas en el modelo de producción actual están llevando a los argentinos a buscar formas más sustentables, eficientes y orgánicas de producir. “Se ven problemas de pérdida de fertilidad y malezas, combinaciones de agroquímicos para sostener rendimientos y costos en aumento. Ante ello, muchos productores comienzan a inclinarse por la agroecología para darle un valor agregado a su alimento”, explica el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá, asesor en agroecología desde hace 25 años.
Acento en la exportación
“Hoy lo convencional en la agricultura son los organismos genéticamente modificados (OGM)”, asegura Landa, a la vez que afirma que en el país, son 1200 los productores orgánicos, de los cuales aproximadamente 100 forman parte de la red de MAPO.
La gran producción de alimentos orgánicos en la Argentina tiene un condimento: la exportación es lo que prima. Así lo demuestra Interrupción, empresa que desde el 2001 produce arándanos, manzanas, peras y verduras de forma orgánica en Río Negro, Neuquén, Tucumán y en la provincia de Buenos Aires, y las exporta al principal mercado receptor (53%): Estados Unidos, conforme reporta Senasa.
“Nos dimos cuenta de que existía la posibilidad de producir alimentos más saludables, considerando a la naturaleza no como algo que hay que explotar sino como un ser vivo con el cual tenemos que trabajar”, expresa su director, Leandro Martelletti. Con la mayor conciencia e interés internacional en lo orgánico, Interrupción extendió su producción a Chile, Costa Rica, Perú y California.
Más allá de los avances, los orgánicos todavía siguen representando sólo el 0,5% de la exportación de alimentos en el país, según indica el Ministerio de Agroindustria.
Por su parte, Marcelo Frías sigue el legado de las dos hermanas inglesas Rachel y Pamela Schiele que, al recibir en herencia un campo en la pampa central argentina y al consumir alimentos orgánicos, quisieron conservar sus principios en nuestro país.
“Ellas fallecieron. Hoy tenemos la obligación y responsabilidad de continuar su misión”, expresa el actual administrador de la Fundación Schiele en la Argentina. En esas 4000 hectáreas heredadas en pleno corazón sojero en Arias, provincia de Córdoba, se producen desde hace 20 años trigo, centeno, avena, cebada, maíz, soja y girasol. Además se crían 1400 vacas respetando sus ciclos naturales.
El destino es la exportación, pero con un diferencial que impacta en el país: las ganancias generadas se vuelcan a objetivos de conservación en el territorio, a investigaciones y monitoreos de aves y mamíferos. “Conservar produciendo, producir conservando. Ese es nuestro leitmotiv”, manifiesta Frías.
¿Por qué todas estas frutas, verduras y cereales orgánicos que se producen en la Argentina no se venden en el mercado interno? Por lo mismo por lo cual no se vendían antes en los Estados Unidos y Europa: no había aún un interés en las personas, no había conciencia sobre los agroquímicos y el cuidado del planeta.
“Los argentinos estamos en un proceso de conocimiento de lo orgánico. El exportador continúa exportando, pero le presta cada vez más atención al mercado interno”, explica José Amuchástegui, miembro de la comisión directiva de MAPO.
Las frutas de Interrupción aparecen hoy tímidamente en los supermercados del país como un producto diferencial.
“El consumidor argentino está comprendiendo que es necesario relacionarse de otra forma con la tierra. Cada vez se observan más medidas de apoyo al productor. En uno y otro lado, todo implica un cambio de mentalidad, una toma de conciencia”, dice Martelletti.
Mercedes Nimo, subsecretaria de Alimentos y Bebidas del Ministerio de Agroindustria, describe los factores de un contexto local más prometedor: “Mayor interés en la temática, apertura del país al mundo, quita de retenciones a los productores orgánicos, fomento a la exportación de Pymes, ayuda y acompañamiento a los nuevos productores orgánicos en esos dos primeros años de menor rendimiento”.
Visibilidad
El caso del ingeniero agrónomo Diego Fontenla como gran productor es diferenciador. Desde hace más de 20 años provee de materia prima a la cadena de panaderías Hausbrot, a partir de la producción orgánica de trigo, avena, cebada y huevos en su campo de 1400 hectáreas ubicado en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires.
“La sociedad está comenzando a demandar este tipo de productos gracias a la aparición de las ferias y la visibilidad del productor”, asegura. Para ello, es fundamental ayudar a los productores que buscan una transición o que quieren insertarse en este modelo de negocio. Por eso, la Fundación Schiele provee de materia prima a pequeños productores. Frías es contundente: “Obvio que es mucho más fácil exportar 10 contenedores que venderle a un productor local 10 bolsas de maíz, pero se trata de apoyar para que la producción orgánica argentina se desarrolle”.
El precio es otra de las limitaciones en la expansión de lo orgánico en el país. Los expertos plantean que un cambio de paradigma es la solución a esta cuestión. “Debe ser más caro porque es otra cosa. Aunque un tomate orgánico parezca lo mismo que uno convencional, es completamente diferente. Está producido en un contexto de cuidado del ambiente, de las personas, de lo económico”, asegura Fontenla. Según Martelletti, la otra cara de la moneda es el comercio justo: “Implica pensar en las personas, en garantizarles condiciones laborales justas”.
Qué es la producción orgánica
La ley nacional de la producción orgánica (ley 25.127) define este tipo de actividad como todo sistema de producción agropecuario que, mediante el manejo racional de los recursos naturales y evitando el uso de productos de efecto tóxico real o potencial para la salud humana, brinde productos sanos, mantenga o incremente la fertilidad de los suelos y la diversidad biológica.
Según Martelletti, si bien el comercio justo es menor incluso que el de alimentos orgánicos en la Argentina, sigue el mismo proceso que tuvo en los Estados Unidos. En ambos casos, la certificación se presenta como un nexo de confianza entre quien produce y quien consume: verifica la elección del productor por generar alimento de una forma distinta, y visibiliza esa elección para que quien come, haciéndolo de una forma más amigable con el ambiente e impactando positivamente en la sociedad local.