El deterioro de La Catedral de los porteños

La Catedral Metropolitana está deteriorada, como la vida espiritual de los porteños. Las paredes descascaradas, pisos rotos y las piras sin agua bendita. A los cuadros de las estaciones de Jesús se los ve oscuros, sucios, despintados.

Cuando regresé de Roma en el 2013, adonde fui acompañando al cardenal Bergoglio, de sotana negra, y regresé con un amigo Papa, pasé por la Catedral para rezarle a San José. Me encontré con que habían arrancado las estampas que él mismo había puesto en el reclinatorio, donde me enseñó una oración que había traducido del francés al español. Salí con un dolor tan profundo que mis ojos sin avisar empezaron de pronto a llorar solos. La orfandad empezó a robarme el corazón. Me dije: “Acá no vuelvo más”.

El domingo regresé para encontrarme con ese San José amigo, querido, a quien, a instancias de eso que me enseñó el padre Jorge, me fui a entregar para recordarle: “Que no se diga que te invoqué en vano”. Me atropelló una realidad, me llevó por delante: Santa Teresita –vaya a saber adónde está– su favorita, a quien siempre le rezaba los 24 avemarías, la coronita, que tanto lo ayudó. Desapareció. A la pobre Santa Rita, que sobrevivió, le falta un dedo.

El Museo de Su Santidad solo está abierto de lunes a viernes de 10 a 13:30. No va nadie. Los amigos callejeros que dormían en la recova de la Catedral, su familia, a quienes conocía uno por uno, ayudaba y compartía el final del día, no están más.

De él se cuenta poco y nada. Solo dos banners tienen una leyenda breve que da cuenta de cuándo nació, fue cura, cardenal y Papa. No más que eso. Esta es una realidad que a él lo va a hacer sufrir, como estamos muy dolientes todos sus amigos. Lo sé. Conocí una Catedral que era inclusiva, una fiesta de coros y cantos gregorianos. Todos estábamos bajo un mismo cielo.

Si un compromiso tengo es contar la verdad. Se van a querer vengar, maltratarme, no me van a perdonar esta crónica. Los católicos de la Catedral no nos podemos dejar llevar por los curas que hacen la plancha, porque hay otros buenos que trabajan todos los días y llenan –como el padre Jorge– las piras de agua bendita. “Francisco primero te quiere el mundo entero”.

Por: Alicia Barrios