Cómo salir adelante después de un fracaso amoroso

Una relación que no anda, nunca anduvo. Otro más que me desilusionó. La cita espantosa, las horas en Happn sin que nada suceda. Walter Ghedin analiza en esta nota los desencuentros frecuentes entre los sexos, el reacomodamiento de los roles de género y las protecciones y corazas que nos formamos para esquivar el amor.

Hay mujeres desencantadas con los hombres. Ya no quieren volver a confiar en una relación. Temen volver a sufrir, a no saber qué hacer en esta nueva etapa. Con hijos o sin ellos, no desean ceder espacios ganados, en lo real y en lo simbólico. Han sufrido la violencia, la mentira; o ellas mismas han sido posesivas, celosas, descontroladas con sus emociones y no quieren pasar por situaciones semejantes.

El desencanto se instala tomando la forma de resignación, de “ya está”, “ya amé, tuve pareja, hijos…”. O “No sé cómo salir de nuevo a conquistar”. “¿Cómo bancarme las decepciones, las ilusiones frustradas, y el cansancio de que en cada encuentro tendré que volver a repetir la misma cantinela de quién soy, qué hago, si estoy dispuesta a tener sexo esa noche, etc.?”.

Salir al ruedo

Si en la juventud cada nueva salida es un desafío, una aventura que da ganas de ser vivida, después de los cuarenta suele costar un esfuerzo. Las reglas de la conquista no son las mismas que décadas atrás. Conocer gente en eventos, en el trabajo, en el boliche, no es hoy en día lo más frecuente, excepto en los jóvenes. Para después de los 40 las aplicaciones suelen ser la manera más “cómoda” de exponerse con menos desgaste emocional. Los contactos por Internet son acercamientos más racionales que emocionales. La elección se basa en el perfil y no en el encuentro “cara que cara” que ayuda a chequear “in situ” qué me produce el otro que tengo enfrente.

Quedarse en la ilusión

Las redes sociales ayudan a crear la ilusión de que ese otro puede ser un perfil interesante, pero dar el paso siguiente (conocerse) y confirmar esa presunción, o descartarla de cuajo, es atravesar un umbral temido ¿Y si me vuelvo a equivocar?

La hiperconectividad no solo trae aplicaciones donde abundan candidatos posibles, también permite el reencuentro con amores del pasado, amén de grupos de amigos que se recuperan. Las relaciones virtuales actúan como una compensación a la soledad. Los amigos, los perfiles actuales y otros del pasado, ayudan a exponer el mundo propio sin sentir que se corren riesgos mayores.

Sin embargo, la contención virtual no cubre todas las necesidades afectivas. Y aun, en aquellas mujeres que aparentan estar “superadas”, la soledad y la insatisfacción apresa sus corazones.

Cerradas al amor

Algunas buscan refugio en la ilusión, en ese príncipe azul que debe estar en algún lugar, pero que aún no se atreve a gastar los nudillos llamando a sus puertas. Otras encuentran en sus hijos compañía y pertenencia; sentirse útil siendo la madre o la abuela que siempre está, aun cuando nadie requiera su presencia. Las más osadas salen a la palestra con ánimos juveniles, seduciendo a “diestra y siniestra” sin concretar nada más que un “toach and go” y “ni me hablen de convivencia”. Existen aquellas que necesitan imperiosamente la presencia de ese otro para sentirse queridas. Y siempre son ellas las desean la presencia del hombre, que promete pero se escabulle. Y están las indefinidas sexuales, las que a pesar de la edad, la experiencia de vida, no se animan a salir del closet, encarar a los hijos, y a todos en general y decirles con la voz en alto: “soy lesbiana”.

Tiempos difíciles

Creo que estamos pasando una etapa de profundos cambios en las relaciones amorosas, una reorganización en las condiciones de género. Las mujeres están cambiando a pasos más acelerados que los hombres. Y estos reconfiguran la subjetividad con los clásicos de la virilidad (fuerza, potencia, toma de iniciativas, cuerpo y sexo siempre dispuestos, o el típico proveedor de bienes y leyes de convivencia) sumando a estos aspectos los más sensibles, el “lado femenino” (seducción, sensibilidad, empatía, disposición más abierta hacia el otro, etc.) Pero el cambio en los roles sexuales no significa que se ha modificado la estructura misma del género.

Las mujeres actuales aplauden estos nuevos modelos de la masculinidad, pero reaccionan ante la mínima conducta huidiza o de control. Frente a esta realidad, muchas se defienden. A veces la defensa es preventiva: para no sufrir. Cerrar simbólicamente sus vaginas, “velar” al pene muerto es dejarse llevar por la imposibilidad, por la resignación y el dolor. Ellas construyen sus defensas en forma de pensamientos, creencias, autoimagen negativa, emociones saturadas de nostalgia, pesimismo.

Este panorama mental impide cualquier posibilidad concreta. Ese otro, que podría ser el indicado para amar, quedará fuera del campo perceptivo. Pasará frente a los ojos sin pena ni gloria. Las glorias quedarán en el pasado o bajo el resguardo de la ilusión.

Por el doctor Walter Ghedin, médico psiquiatra, sexólogo, autor de la obra “La Vagina Enlutada”