Cómo duermen los argentinos?

Un estudio realizado por investigadores de la Universidad Católica Argentina (UCA) y el CONICET se propuso conocer la calidad del sueño en nuestro país. Cuáles son los problemas cuando se apoya la cabeza en la almohada

Cada persona pasa dormida el 35% de su vida: ocho horas por día, dos días por semana, 32 de hipotéticos 90 años. Un promedio tajante, un porcentaje considerable sobre el que existen estudios científicos, mitos ancestrales, verdades de perogrullo. Cómo duermen los argentinos es la relación entre el sueño y las formas, la cultura, la idiosincrasia de una patria. La propuesta es recrear un escenario real de acuerdo a los instrumentos de la ciencia y la propia percepción de cada argentino.

Dormir es una necesidad biológica indispensable para alcanzar un correcto funcionamiento neuro-psico-fisiológico. Proporciona un sentimiento de goce, afincado en la naturaleza del placer. El acto de dormir, soñar, descansar, establece una estrecha relación con el bienestar y la creatividad: es, en definitiva, una actividad productiva. Para los argentinos y para cada habitante del mundo.
Daniel Vigo es médico, doctor en Ciencias Fisiológicas e investigador adjunto UCA–CONICET. Es además responsable de una investigación, en comunión con el Observatorio de la Deuda Social Argentina, que se pregunta cómo duermen los argentinos. El estudio concluye que el 20% de la población duerme poco o mal, una estimación capaz de trepar a más del 50% en grupos de riesgo -trabajadores de turnos diurnos-. En general, los valores registrados en el país son similares a los de las principales ciudades del mundo.

El desmenuzamiento del informe publicado arroja que un 15% de los encuestados -sobre un total de 5636 hogares de áreas urbanas- asumió tener trastornos en la duración del descanso (menor al límite moderno de aceptación de seis horas), otro 15% reportó mala calidad de sueño y un 22% reconoció somnolencia diurna, las esquirlas durante el día de una noche deficiente. Los porcentajes coexisten y estiman un promedio superior. En las generales de la investigación, los trastornos del sueño se asociaron a niveles bajos de instrucción, estratos socioeconómicos indefensos, precariedad en las viviendas y la residencia en las grandes urbes.

El estudio del Dr. Vigo apuntó tres factores socioculturales que atentan contra la calidad del sueño: pobreza, adolescentes y trabajo. Un informe evaluó el impacto de la construcción de una vivienda modular en zonas carenciadas: las mejoras habitacionales desplegaron condiciones de seguridad y serenidad de inmediata repercusión en la calidad del sueño y en las interacciones sociales.

Los adolescentes, por su parte, integran un grupo de riesgo por una responsabilidad compartida entre una tendencia biológica y una matriz cultural -relacionada a las nuevas tecnologías y las redes sociales- que los empuja a acostarse tarde. Los jóvenes experimentan afecciones del sueño, como ronquidos o apneas, por la reducción en la cantidad de horas invertidas.

La siesta debería ser corta, menos de media hora, y antes de las cuatro de la tarde para no interferir en el sueño nocturno

En relación a la sociedad sueño-trabajo, la investigación se valió de un reporte en grupos profesionales de riesgo: conductores de camiones y micros de larga distancia. En estos estratos de la población, todos los porcentajes se disparan encuadrados en el peor promedio de la calidad del sueño. Aumentan los registros de ronquidos, somnolencias, alteraciones en el ritmo circadiano, modificaciones en las respuestas endócrinas, automáticas y psicomotoras.

Según el experto, la calidad del sueño se mide de acuerdo a las sensaciones que experimenta la persona durante sus horas despiertas. “Si la persona se siente con buen nivel de alerta, bien anímicamente, si se lleva bien con sus pares, con su alrededor, durante el día podría considerarse que el descanso ha sido bueno”, indicó Vigo, científico responsable también del Proyecto Dormir de la compañía Arredo.

En una medición más objetiva y académica, exento de la apreciación personal de cada encuestado, la calidad del descanso se mide con sensores integrados a la cama. La ecuación especifica que si en el tiempo dedicado al acto de acostarse, la persona pudo alcanzar un 90% de ese espacio temporal dormido, el sueño fue bueno. Un porcentaje menor al 90%, el sueño fue malo y al individuo le costó conciliar el sueño.

Menos horas de sueño de las recomendadas podrían derivar un severos problemas de salud pública. Se considera que estar 17 horas despierto equivale a estar manejando en estado de ebriedad. Este mal se asocia a alteraciones en el estado de ánimo, a un incremento en la ansiedad y la irritabilidad, a una disminución en el grado de alerta.

El resultado de estas modificaciones fisiológicas provocarían, a largo plazo, accidentes de tráfico, hipertensión, obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares, mayor susceptibilidad a infecciones, neoplasias, deterioro cognitivo. En los casos en los que las personas duerman más horas de las aconsejadas, los estudios, aún primitivos, sugieren un trazo directo con comportamientos depresivos.

El especialista recuerda la misión del sueño a escala neuronal, psicológica y fisiológica. Durante el sueño, el cuerpo no está “apagado”: restaura las funciones vitales, almacena energía, desarrolla defensas contras las enfermedades, aprende, memoriza. Cualquier desequilibrio a estos procesos, alteraría la vida de las personas. Los argentinos, al menos el 20% de ellos, sufre algunos de los efectos de dormir mal y poco.