Volvemos a la Prehistoria: cada vez más cerca de resucitar animales extintos

Según algunos genetistas, no estamos tan lejos de lograr que vuelvan a la vida animales como el mamut lanudo, el bucardo, el pájaro dodo, el moa o el tigre de Tasmania, entre otras especies desaparecidas.

Hendrik Poinar habla con MUY desde su casa en Ontario (Canadá), justo antes de que la revista Current Biology publicara un trabajo suyo en el que junto con un equipo de expertos muestra el primer genoma completo secuenciado del mamut lanudo, una hazaña que antes parecía de ciencia ficción. Poinar, director del Centro de ADN Antiguo de la Universidad McMaster, en Hamilton (Ontario), muestra su entusiasmo sobre el rescate de material genético de especies extinguidas: “Esta ciencia ha progresado muchísimo en los últimos diez años. Participé como estudiante en la primera ola y ahora trabajo en la segunda. Me siento como el abuelo, aunque tengo 44 años”, bromea.

Al principio, la especialización en la recuperación de genes fósiles era una disciplina muy limitada: “Por entonces creía que nunca lograríamos secuenciar el ADN entero de un organismo extinto. Lo más, algunos fragmentos sueltos. Pero ahora todo ha cambiado”, confiesa Poinar. La prueba, el citado artículo en Current Biology, con dos secuencias genómicas completas. La primera pertenece a un mamut lanudo que vivió hace 4.300 años en la isla de Wrangel, en el océano Ártico. Fue uno de los últimos supervivientes de su especie. El otro genoma es de un espécimen de 44.800 años, hallado casi intacto en el congelado suelo –permafrost– de Siberia.

Las nuevas técnicas de secuenciación, capaces de procesar gran cantidad de ADN en poco tiempo, han tenido mucho que ver. Según Poinar, entramos en la tercera fase de esta disciplina, que permite leer en los genes la historia evolutiva de las criaturas que dominaron la Tierra y que finalmente se extinguieron. A nuestro experto le fascina la historia evolutiva del mamut lanudo, que se entrecruza con la de los humanos, pues ambas especies surgieron en África hace seis millones de años. Los elefantes migraron para colonizar Asia Central, diversificarse en el norte de Siberia y llegar hasta Europa. A la vez, cruzaron el puente de tierra por el estrecho de Bering que unía Eurasia con Norteamérica.

En este proceso surgieron varias especies de proboscídeos que podemos incluir en el género Mammuthus. Además del lanudo (Mammuthus primigenius), en América del Norte y Central emergió otra especie muy grande, aunque no tan peluda, conocida como mamut columbino o de Columbia (Mammuthus columbi), cuyo ADN también esta siendo analizado por Poinar. Su equipo investiga los cambios en el genoma que hicieron posible que una especie adaptada en sus orígenes a un clima seco y caluroso como el africano se convirtiera en otra capaz de vivir en climas gélidos, incluso en la zona ártica, durante 600.000 años. Y con el añadido de que estas regiones sufrieron además profundas alteraciones climáticas, glaciaciones y periodos interglaciares, en las que pasaron del frío extremo al calor.

El mamut columbino era casi el doble de grande que el lanudo. Vivía en sabanas de clima continental en México y Estados Unidos, mientras que el lanudo estaba adaptado al tiempo gélido. No pudo haber dos proboscídeos más distintos. Sin embargo, el análisis del ADN alojado en las mitocondrias –las centrales energéticas de la célula– demuestra, según Poinar, que las dos especies se encontraron en el tiempo y el espacio, cuando un enfriamiento severo empujó a los mamuts lanudos a regiones más al sur. “Allí, las hembras de esta especie seleccionaron a los machos columbinos para aparearse. Antes pensábamos que eran especies muy diferentes, separadas por un millón de años, pero ahora sabemos que pudieron mezclarse y mantener su diversidad genética”.

Los genes también escriben el epitafio de las criaturas que desaparecen. ¿Qué causó la extinción de los mamuts, pese a su gran capacidad de adaptación? ¿Cómo es que desde hace 11.000 años –un tiempo cortísimo a escala geológica–, en Nueva Zelanda, Australia, Norteamérica, Asia y Europa, se hayan extinguido entre el 80 % y el 90 % de los grandes mamíferos? ¿Se debió al clima, al hombre o a ambas cosas?

“El problema es que en estos 11.000 años coinciden ambos factores: hubo un cambio climático y también llegaron seres humanos a todas esas zonas”. Quienes consideran que nosotros somos los responsables se basan en fósiles animales en los que hay marcas de lanzas y otros utensilios de piedra. En cambio, los que ven en los cambios del clima las causas más probables del declive y desa­parición de los megamamíferos argumentan que no se puede generalizar la teoría de la extinción por el Homo sapiens en base a unos pocos hallazgos.

La idea de traer una especie extinta de nuevo a la vida encontró acomodo en la mente de su hijo Hendrick, que ha sido testigo privilegiado de la evolución tecnológica experimentada desde hace dos décadas en la secuenciación de material genético. “Crecí escuchando historias de insectos atrapados en ámbar a los que se les podía clonar el ADN. Me acuerdo de las conversaciones que mi padre mantuvo con Crichton. Al final, nos convertimos en asesores científicos de la película de Spielberg. ¿Te acuerdas de la escena en que sale una persona taladrando ámbar fósil? Inicialmente la iba a interpretar yo, pero finalmente eligieron a un actor, con buen criterio”.

Poinar junior cree que la información que se puede extraer del ADN tiene limitaciones. Parque Jurásico sigue siendo una ficción –y quizá jamás se convierta en realidad– por varias razones. Es factible imaginar que restos de sangre de dinosaurios pudieran haber quedado en los estómagos de los mosquitos que los picaron, siempre en zonas blandas, alrededor de los ojos o en la mucosa nasal. También cabe la posibilidad de que los glóbulos rojos de los dinosaurios pudieran contener núcleos genéticos, pues ocurre con las aves, con las que están emparentados, al contrario que en los mamíferos, cuyos hematíes son anucleados. Lo que no es factible en absoluto es que se pueda rescatar el ADN de esa sangre, ya que hasta el momento no hay indicios que nos hagan pensar que pudiera preservarse durante millones de años sin degradarse. Ese es el problema. Incluso las proteínas fósiles, que no contienen información genética, no perduran más allá de un millón de años.

Por tanto, el rescate de las especies extinguidas habría que situarlo en épocas muchísimo más recientes, y no hace 65 millones de años. Pero el estudio genético de Poinar sobre el mamut lanudo habría dejado atónitos a los escépticos hace menos de una década. ¿Se han rellenado los huecos con material genético de elefantes? ¿Cuál es su grado de precisión? “Básicamente tenemos completa la secuencia del genoma que es codificante –una región codificante del ADN es aquella que tiene sentido biológico, ya que contiene la información para fabricar proteínas–. Lo que no tenemos son las secuencias repetidas. Aún falta la arquitectura”.