Una película verdaderamente de terror

El exorcismo de Anna Waters es de terror, pero no por el género

Una chica estresada tiene que viajar de los Estados Unidos a Singapur porque le avisan que su hermana se ha suicidado (el mail del comunicado y la recepción en el aeropuerto deberían figurar en la historia universal de la infamia cinematográfica). Está la sobrina huérfana de madre. Está el viudo. Hay más curas. Una enfermedad familiar. Explicaciones inviables. La promesa del regreso de la muerta. La torre de Babel. Algo de vísceras y asquerosidades. Un telescopio con poderes y gran capacidad de reencuadre. Sueños. Espectros. Mensajes en tablets e informaciones con cámaras web “accidentalmente encendidas” o cámaras de monitoreo de bebes capaces de pasar de un plano general a un primer plano.

Los elementos risibles de esta película se acumulan y nos van aplastando en nuestra butaca, sede mundial del desconcierto durante una hora y media. Hay espíritus que escriben y dialogan en pizarras infantiles. Claro, demonios. Actores endemoniados, o simplemente imposibles. Mensajes del más allá en forma de muñecas que saltan en camas elásticas, vajilla entrelazada y molestas sábanas que se descuelgan de las sogas y habrá que lavar otra vez. Un inopinado traje de buzo. Posesiones. ¡Demonios! Insistente luz que entra por las ventanas, tal vez como motivo visual.

Hay símbolos y misterios que se cruzan con grosera arbitrariedad. También diálogos inenarrables, y anagramas. Planos que empiezan desde arriba o desde abajo porque sí y otras delicias de una puesta en escena en la que cada plano no logra disimular una precariedad insufrible, un analfabetismo audiovisual desesperante. De terror, pero no por el género.