Una historia de superación

Superó una escoliosis avanzada y se convirtió en la mejor deportista de artes marciales del país. María Alejandra Oliva curó su mente y su cuerpo practicando Tai Chi y el Kung Fu; hoy es un ejemplo que viaja y compite por el mundo

María Alejandra Oliva llegó a la adolescencia con una escoliosis en estado avanzado: “Cuando mis padres consultaron con los médicos, ellos les dijeron que si no me operaba, llegaría a los 30 en muy malas condiciones físicas. Pero yo nunca lo acepté, nunca tuve miedo”, relata convencida. Hoy, a sus 45 años, Oliva representa a nuestro país en las disciplinas Tai Chi y el Kung Fu, en China y en el mundo. Y nunca pasó por un quirófano.

La historia de Oliva comienza cuando a sus 25 años decide irse de Mendoza, su provincia natal, para acompañar a su esposo a Buenos Aires, donde debía instalarse por cuestiones laborales. “En la primera época me desestabilicé emocionalmente. Me sentía muy sola, además de que era una persona muy conectada con la naturaleza, y me ponía muy triste vivir dentro de un departamento en la ciudad”, recuerda. Pero su madre, reflexóloga, se le ocurrió contactarla con Lin Ching Sung, un maestro de artes marciales y presidente de la Federación Argentina de Tai Chi Chuan, que la ayudaría a canalizar sus energías en esta disciplina.

Músculos fortalecidos, sin quirófano de por medio

Primero probó con el Tai Chi, y luego le sumó a su rutina el Kung Fu. Casi sin darse cuenta, comenzó a dedicarle toda la semana a las artes marciales y, aquello que había comenzado como terapia, no sólo la sacó de una posible depresión, sino que se terminó convirtiendo en una vocación y en su cura. “Entrené cada pedacito de mi cuerpo y, con mucho tiempo y dedicación, mis músculos dorsales empezaron a fortalecerse, mis tendones a tonificarse, comencé a tener una columna más flexible y dejé de sentir el dolor de la escoliosis. Eso sí, eso sólo era posible mientras no pasaran más de tres días sin hacer ejercicio”, explica.

Cuando Lin Ching Sung la vio preparada, la convenció para que compitiera por primera vez en Taiwán. En su primer debut perdió, pero nunca se rindió. En total, viajó 14 veces a China, incluso algunas oportunidades para realizar seminarios. Fue así como se formó y, finalmente, en el año 2012 fue ganadora de tres medallas de Oro en el “Taichi Chuan Championship Tournament”; y en 2013 obtuvo dos más en el “13º Campeonato Mundial de Kuoshu (Kung Fu)”. Al año siguiente, participó de la “2da Copa del Mundo de Artes Marciales Chinas” en Perú, destacándose con tres medallas de Oro.

La única entre muchos

La vida de María Alejandra siempre fue un desafío, ya que además de enfrentar un problema físico, le hizo frente a uno cultural: “En las competencias solía ser la única mujer y no me tomaban en serio”. El recuerdo que Oliva guarda con mayor orgullo es el día en el que rindió el examen de cinturón punta negra, una prueba en la que debía permanecer sentada en una silla imaginaria, durante cinco minutos, con cinco vasos de agua en diferentes partes del cuerpo, intentando que no se cayeran. “El resto de los competidores eran sanos, tenían la columna bien. A mí me dolía muchísimo, sentía que cada vaso pesaba tres kilos. Pero fui la única que lo logró y era la única mujer. Eso lo sentí como un logro personal, lloré más que en una competencia” confiesa emocionada.

Actualmente, la experta en artes marciales se encuentra cuidando el legado de su maestro, que está viviendo en China hace un año por cuestiones de salud. Pero no sólo se hace cargo de sus clases; también es la directora en Tai Kang, un espacio ubicado en la Ciudad de Buenos Aires, que combina técnicas orientales milenarias, como el Tai Chi o el Kung Fu con prácticas de la medicina tradicional china. Allí, una gran parte de sus alumnos, son niños y mujeres. Y, como si fuera poco, en los últimos tres años, fue reconocida por la Subsecretaría de Deportes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires con el Premio Jorge Newbery a la mejor deportista en artes marciales chinas.

Hace un tiempo, a María Alejandra la mandaron a hacerse unos estudios y a llevárselos a un traumatólogo. Cuando el médico vio aquella columna severamente desviada a través de la radiografía, no podía creer que le perteneciera a la persona que tenía enfrente. “La verdad no sé qué hacés, pero no lo dejes nunca”, fueron las palabras que recuerda haber escuchado Oliva. No hizo falta que agregara qué fue lo que le contestó al doctor, porque en su mirada se notaba que eso no estaba entre sus planes.