Un recorrido por Lisboa

Colorida, luminosa y antigua. Así es la capital portuguesa, que en los últimos años se volvió un destino de moda.

Lisboa enamora. Por la onda que tiene, por la luz. Por los quesos y el vino. Por el fado. Por los techos de tejas anaranjadas que parecen prenderse fuego al atardecer. Por ser tan antigua y tan moderna a la vez. Por los precios bajos. Por estar repleta de arte y festivales. Por los pasteles de Belém.

Hace unos años, a la capital portuguesa le pasó algo parecido que a Buenos Aires en 2001, la crisis y el colapso económico fomentaron dos cosas: el turismo y la creatividad. Hoy, Lisboa vive una verdadera ebullición creativa que rescata los rasgos de su identidad y atrae viajeros del mundo entero. Como un gran mosaico hecho con azulejos de todos los estilos, conviene recorrerla de a pedacitos, caminarla un poco cada día, subirse al tranvía, entrar en las tascas, en las iglesias, en las tiendas de La Baixa, y dedicarle un mínimo de tres días.

BUENA VISTA

 
Izquierda: el viejo tranvía todavía circula y es perfecto para recorrer las siete colinas de la capital. Derecha: los dulces portugueses son deliciosos, el más famoso es el pastel de nata y lo venden en todas las panaderías.  Foto: Ana Schlimovich

Nada mejor para conocer una ciudad que verla primero desde arriba, como para entenderla y ubicarte en el mapa. Hay tres puntos panorámicos imperdibles:

Castelo de São Jorge: está en la colina más alta de la capital y fue construido en la época islámica, hace diez siglos, Lisboa puede verse en 360 grados. Es un buen punto de inicio para introducirse en esta urbe que tiene tres mil años de historia. El tranvía 28 sale de la Praça da Figueira y para en la puerta. Después, se puede bajar por los pasadizos y calles minúsculas de Alfama, el barrio más antiguo de Lisboa, donde surgió el fado, la música nacional. Ahí está el Clube do Fado, del músico y compositor Mario Pacheco, que se llena todas las noches y estremece los corazones.

Arco da Rua Augusta: este lugar a orillas del Tajo, en la Praça do Comercio, ofrece otra vista increíble. Cerca de ahí, en Chiado -barrio nativo de Fernando Pessoa-, el Elevador do Carmo también deleita con su visual.

Terraza del Hotel Mundial: es la menos conocida, pero con derecho a tragos, vinos, quesos y aceitunas. Hay que subir al atardecer, cuando los tejados se encienden. Porque si hay algo que llama la atención, es la luz, intensa y cálida. Incluso hay un fado que dice: “Cuando Lisboa oscurece / despierta la luz que me guía, / miro la ciudad y parece / que es de tarde que amanece, / que en Lisboa es siempre día”.

IMPERDIBLES DE BELÉM

La Torre de Belém y el Monasterio de los Jerónimos: todos coinciden en que estos dos edificios de principios del siglo XVI son los máximos ejemplos del estilo arquitectónico manuelino, que es la variación portuguesa del estilo gótico. Es verdad: hay que entrar y recorrerlos enteros.

 
Izquierda: ¿es un plano de Game of Thrones? No, es La Torre de Belém, que parece salida de un cuento medieval. Derecha: el grafiti tridimensional de Bodalo II.  Foto: Ana Schlimovich

Confitería Pastéis de Belém: lo que no se puede dejar de hacer, jamás, es irse del barrio sin pasar por este templo dulce, que desde 1837 fabrica los auténticos pastelitos. Hay cola siempre, no importa, vale la pena esperar. Cuestan EUR 1,05 y llegan a vender veinte mil pasteles por día; y los fines de semana, el doble (¡hagan cuentas!).

Jardín Botánico Tropical: es otro buen lugar para descansar un rato a la sombra, en un oasis verde en plena ciudad.

MAAT: el Museo de Arquitectura y Tecnología acaba de inaugurar y está muy cerquita. Así que Belém es para pasar todo el día.

MODERNIDAD LISBOETA

Cuando los medios gráficos empezaron a pasarse al digital, la revista Time Out Lisboa revolucionó el mercado. No solo sigue imprimiendo semanalmente -cuesta EUR 2-, sino que se convirtió en la primera revista 3D del mundo. Todo el contenido que publican está en el Time Out Mercado da Ribeira, un antiguo mercado que restauraron por completo y es una vidriera de lo mejor que hay en la ciudad, tanto en gastronomía como en diseño, arte y música en vivo. El mercado está en Cais do Sodré, un buen barrio para salir de noche, igual que el Barrio Alto, repleto de bares.

 
El restaurante Henrique Sá Pessoa, en el Time Out Mercado da Ribeira.  Foto: Ana Schlimovich

Otro espacio maravilloso es LX Factory, una antigua fábrica de municiones donde podés encontrar ropa, deco, restaurantes y la librería Ler Devagar, considerada una de las diez más bellas del mundo. Los domingos hay, además, una feria de diseño independiente.

La tendencia de restaurar lo de antes se repite en Príncipe Real, al norte del Barrio Alto. Palacetes y castillos se transformaron en un paseo de compras donde todo es lindo. Muy cerca de ahí está el mejor hostel de Lisboa -y de Portugal-: The Independiente tiene la máxima onda. Date una vuelta aunque no te hospedes, así conocés The Insólito y The Decadente, para comer, beber y conocer gente.

SINTRA

 
Sintra está a menos de una hora en tren desde Lisboa. Derecha: el Palacio Nacional de la Peña, de 1836, creado a partir de una historia de amor y romántico por donde se lo mire.  Foto: Ana Schlimovich

Esta villa encantadora que está a menos de una hora en tren de Lisboa parece salida de un cuento de Disney. Palacios, castillos, fuertes y mansiones rodeadas por el bosque de las sierras guardan historias milenarias. Los primeros en asentarse por acá fueron los moros, y su paso puede verse en el Castillo de los Moros y el Palacio Nacional de Sintra, con sus chimeneas cónicas y algunos de los azulejos más antiguos de Portugal. Pero el edificio más emblemático de esta región en la que la realeza pasaba los veranos es el originalísimo Palacio de la Peña. Pintado de fucsia y amarillo y construido por el príncipe Fernando II en el siglo XIX, es una mixtura de estilos: romántico, gótico, manuelino, renacentista. En el interior hay detalles de la vida cotidiana real, desde las ollas de la cocina hasta los dibujos inconclusos del penúltimo rey de Portugal, Carlos I. La entrada cuesta EUR 14, es la más cara de todos los monumentos, pero vale cada centavo. Ah, y no te vayas de Sintra sin comer una queijada, una torta chiquita pero poderosa que lleva queso fresco, huevos, nata y azúcar y fue inventada por estos pagos.

Por Ana Schlimovich