¿Se perdona todo en el amor?

Nuestro filósofo nos invita a preguntarnos sobre un tema complicado. Te invitamos a leerlo y analizar cuáles son tus límites para perdonar en una relación de pareja.

¿Todo es perdonable en el amor? La pregunta misma ya supone un primer problema: el perdón y el amor son dos facetas de lo mismo, dos expresiones de una misma entrega, una misma apertura al otro. Solo si hay amor puede haber perdón, ya que todo perdón verdadero, si lo hay, implica la prevalencia del otro por sobre uno mismo; el desasimiento y pérdida de lo propio en pos de la diferencia del otro.
El problema es que venimos vivenciando y pensando el amor y el perdón desde el otro polo, haciendo, por un lado, del amor una forma de expansión y crecimiento personal, donde lo importante es que el otro ayude a nuestro bienestar, desarrollo o felicidad, pero siempre “a mí”, siempre que “me” ayude. Mientras que, al mismo tiempo, ponemos en juego el perdón como un modo estratégico de vincularnos con el otro: pedimos perdón o lo damos siempre analizando situaciones y deliberando acerca de la conveniencia o no, o el merecimiento o no, de otorgar este supuesto estado de exención.

IR EN CONTRA DE UNO MISMO

El problema es que, así planteados, tanto el amor como el perdón parecen más bien reducirse a una tecnología económica del resguardo y beneficio individual en vez de ser una vocación infinita por la prioridad del otro. Perdonar es ir en contra de uno mismo, si no, no es perdón: es negocio. O abuso del perdón para postergar la justicia. Es muy común clamar por el perdón para que la justicia no se realice, pero solo puede haber perdón, dice Derrida, si antes hay justicia. Luego queda en cada uno perdonar o no. Pero si el perdón desplaza la justicia, no se realiza ninguno de los dos.

Incluso hay un problema mayor. Dice Derrida que solo se puede perdonar al culpable en tanto culpable, si no, el perdón no tiene sentido. Si me hiciste un mal y te arrepentiste, no tiene sentido el perdón, ya que te diste cuenta de tu error. Solo se puede perdonar lo imperdonable, concluye Derrida. Solo lo imperdonable se me vuelve parámetro de los límites de mi perdón.

Es que perdonar es dar, y solo se da si hay pérdida, ya que si lo que se da vuelve, entonces no hay un don, sino un intercambio. Y el intercambio funda cualquier contrato, pero no tiene que ver con el amor sino con la ley. El perdón, en cambio, como el amor, excede toda racionalidad. Ni el otro se lo merece ni el otro asumió su culpa: solo ahí puede haber, si lo hay, un verdadero perdón.

¿QUÉ ES PERDONABLE?

Ahora, ¿qué es lo perdonable o lo imperdonable en el amor? ¿Una infidelidad? Repensemos qué se nos juega en la infidelidad. La palabra “fiel” viene de “fe”: fiel es el que tiene fe, y el que tiene fe no necesita un contrato. De hecho, si hay contrato, es porque no hay fe en el otro. Si llevamos la fidelidad al plano del contrato, ya no se trata de fe sino, justamente, de su ausencia. ¿Qué es, entonces, perdonar (o no) una infidelidad? Si se trata de una violación del contrato, tal vez habría que preguntarse por la naturaleza misma del vínculo. Si se trata de dejar de tener fe en el otro, ya no es cuestión de perdón, ya que se acabó el amor.

Tal vez lo interesante sea poder empezar a pensar que si el otro es prioritario, el perdón se nos vuelve una posibilidad radical de ir hacia el otro sin ir, sin apropiarlo, sino simplemente retirándonos de nosotros mismos para que el otro sea. Pero eso duele. Lo que irrumpe siempre duele. Obvio que el perdón duele. Y obvio que el amor también duele. Así, preguntarnos como en esa canción de Caetano Veloso: “¿Para qué rimar amor y dolor?”. .

Por Darío Sztajnszrajber