La meditación también es cosa de adolescentes

Es un recurso que ayuda a desarrollar una mente observadora y comprensiva, en una etapa de la vida en la que afloran la autocrítica y la inseguridad.

Marcos tiene dificultades para establecer un patrón de estudio, y más aún en una exigente agenda deportiva que lo encuentra realizando rugby en el club o entrenamiento en el gimnasio, de lunes a jueves. Los sábados juega partido. Está algo obsesionado con su cuerpo y con su inclusión en el grupo de pares que considera más líder en el equipo, por lo que el colegio pasa a un segundo plano y va pasando de año a los tumbos. La autoexigencia y las expectativas elevadas por momentos parecen jugarle una mala pasada, como esos dolores abdominales que tiene pre-partido.

Oriana comenzó la escuela secundaria este año y está en la difícil tarea de regular sus emociones en el contexto de un grupo dividido en el cual conviven compañeros del primario (de la misma escuela) y muchos otros más venidos de distintas escuelas y zonas de la ciudad. Por momentos se siente integrada y que el curso va a fraguar una convivencia amable, y por otros se repliega temerosa de la crítica y el juicio de los que apenas conoce. Agregado a esto están esos kilitos de más que por momentos desaparecen y por momentos resurgen con renovado empuje en su vientre cuando la ansiedad la hace comer más de la cuenta. Oscila entre la confianza y el temor, la alegría y la angustia.

Bautista está a punto de finalizar sus estudios, pero en realidad está más focalizado en el mundo laboral. Su padre es encargado de un edificio y está buscando la forma de asegurarle el futuro en un trabajo part-time similar al suyo, un trabajo que le permita costear sus estudios universitarios. El hombre es algo severo con él ya que quiere que sea un joven fuerte, seguro y eficiente en el momento de intervenir en cuestiones de plomería, electricidad y arreglos domésticos, tareas para las cuales lo viene entrenando desde un par de años atrás.

Estos chicos, en esta etapa tumultuosa y desafiante de sus vidas, ¿pueden meditar? ¿de qué les serviría?

Vulnerables pero responsables de nosotros

Algo que me gusta remarcar cuando trabajo con adolescentes y desde nuestro servicio de Mindfulness en Ineco, es que esta etapa es maravillosamente intensa y desafiante, y que frente al empuje biológico en el cuerpo y en el cerebro y los desafíos en los espacios que transitamos, está nuestra mente para ayudarnos.

Una mente vulnerable, cuando está en ciernes, se modela con cada pequeña experiencia que vivimos. Así, Oriana estaba muy impresionada cuando Agus, una compañera que se incorporó al curso en este año, le contó que hacía ya un par de años había comenzado a beber alcohol y hasta había tenido sexo…¡con sólo 13 años! Una información así sacude los cimientos de lo aprendido y lo que se puede explorar. Por lo tanto, varias son las experiencias que en esos años de pubertad- adolescencia impactan en los chicos: las primeras salidas, los primeros exámenes, la multiplicidad de profesores con un sinnúmero de características distintas entre sí, el primer novio o candidato, el comenzar a adquirir autonomía en la calle y en la vida familiar.

Pero esa misma vulnerabilidad puede traducirse en flexibilidad por momentos. En mente de principiante, en curiosidad y deseo por construir un mundo propio, a veces algo renegado y distanciado del parental (pero hasta cierto punto) con una autenticidad que pocas veces se ve en otros momentos de nuestra vida.

Así me lo dijo un día Marcos sin preámbulos cuando quería enseñarle un ejercicio de mindfulness para manejar mejor la ansiedad pre-competitiva: “Prefiero armar yo el ejercicio, ya con lo que me diste me sirve, quiero que sea una creación mía y no una repetición de lo que vos me das”. Con gesto sorprendido sólo atiné a decirle: OK.

Observación y comprensión amable de sí mismo

En realidad lo que más nos interesa de esta etapa es que los chicos desarrollen una mente observadora y comprensiva, porque están todo el tiempo bordeando la autocrítica, la desconfianza e inseguridad en sí mismos. Algunos jóvenes se zambullen en los ejercicios formales como el escaneo del cuerpo o la meditación sentada, pero no es la norma. Más bien prefieren el diálogo asertivo y lo que llamamos la práctica informal, que es estar atentos y conectados con lo que hacemos en momentos puntuales, como comer con disfrute, caminar sintiendo nuestros pasos o darnos una ducha plena, sin apuro ni grandes distracciones. Los momentos en grupo de amigos son una excelente oportunidad para destacar cuánto y cómo comparten en complicidad experiencias nuevas de crecimiento.

La actitud de observación que les transmitimos está basada en la apertura de nuestra mente a atender la increíble cantidad de cambios que se suceden día a día, año a año, y cómo los vamos procesando. Ayudarlos a entender que esa observación no debe ser tan “mental” (o rumiante) sino más intuitiva, sensitiva, sin tanto ruido ni interferencia, es clave. Bautista reportaba, mientras trabajábamos esta actitud, que no comprendía algunas costumbres de su familia ni actitudes de su padre, y que ahora que había “abierto la cabeza” a la realidad, se daba cuenta que el mundo no era sólo su familia. Y que quería conquistarlo.

La actitud de comprensión amable suelo describirla como la parte ecualizadora de nuestra mente, la que da la resonancia precisa a la melodía de lo que escuchamos. Sonidos graves exaltados repercutirán con cierta violencia y animosidad en nuestro espíritu, así como sonidos agudos y chirridos pueden hacer colapsar a nuestra capacidad de afrontamiento. Por el contrario, una equilibrada y suave resonancia permite procesar mejor lo que observamos, permite movernos de la observación parcial a la totalizadora, la de integración.

Con Marcos hablábamos de la autoexigencia y de cómo procesaba las experiencias de agrado y desagrado. Riéndose, me decía que las primeras las veía en blanco y negro y las segundas en sistema HD, con excesiva puntillosidad y detenimiento. “Soy una máquina de criticarme”, se decía con cierta tristeza. Su buen humor y deseo de cambio no fueron un problema para pronto equilibrar esta perspectiva televisiva de su mente y detectar, con mucha sensibilidad, cuándo las exigencias eran excesivas y punitivas y cuándo dejaban realmente aprendizaje.

La adolescencia es una etapa fértil para el cultivo de las cualidades más bellas de nuestra condición humana, nuestro cerebro está en expansión y tallando las emociones altruistas que nos caracterizan como tal, pero también es un momento para vérnosla cara a cara con los aspectos más dolorosos y sensibles de la misma, aprendiendo a equilibrarlos e integrarlos para vivir con plenitud.

Con un entorno adulto sensible y comprometidamente partícipe de estas vivencias, mucho está asegurado. Lo demás es confiar en los chicos.

Martín Reynoso