El gran desafío de ser fieles

Sin juzgar, intentamos comprender qué pasa cuando se altera el equilibrio de dos en la pareja: "La infidelidad tiene un atractivo narcisista poderoso: la novedad, el riesgo, el vértigo", asegura nuestra columnista.

“Si me llego a enterar de que me engaña, se termina todo, no lo voy a tolerar”. Esta frase quizás encierre uno de los mitos más difundidos con respecto a la infidelidad, pensada muchas veces como la principal causa de una separación. Pero no. Como dato: la mayoría de estas consultas que llegan a terapia no terminan en separación. Claro que dependerá del tipo de infidelidad y de la responsabilidad que cada uno asuma en el conflicto, porque, por lo general, un engaño es la consecuencia de un malestar en la pareja que no fue trabajado a tiempo y que estuvo oculto.

Porque ser fiel es una elección. No es algo “natural”, sino un acuerdo que hacen las parejas. Y cada pareja tendrá su singular acuerdo de fidelidad. Para algunos, la traición será entrar a un sitio porno en la web; para otros, encontrarse con un ex a tomar un café “aunque no pase nada”. Pero en todos los casos la infidelidad tiene algo en común: se lesiona la confianza, la “fe” -de ahí viene la palabra- en el otro.

¿POR QUÉ SOMOS INFIELES?

Buscamos reconocimiento: muchas veces, lo que se busca es ser escuchada/o o sentirse halagada/o. Después de años de estar en pareja, es frecuente que hayan dejado de admirarse mutuamente y que incluso por momentos se desvaloricen. “Me doy cuenta de que a ella/él no le interesa cuando le cuento mis cosas, no me presta atención”, es uno de los reclamos que más se escuchan en estos casos.

Nos encanta la novedad: que, por supuesto, se apaga cuando la aventura deja de ser nueva. “Me aburro, me agobia la rutina, pensar que siempre va a ser así”. Hay personas que toleran peor que otras la cotidianidad y la seguridad que ofrece un amor estable y tranquilo. Necesitan adrenalina, deportes extremos, manejar a altas velocidades. Suelen tener conductas adictivas porque no soportan el vacío ni la frustración. La infidelidad, en este caso, es parte de esa necesidad de búsqueda de lo difícil y lo prohibido.

Buscamos “lo perdido”: que sentimos que perdimos en años de pareja estable -su frescura, su alegría, su atractivo-. “Me sentí distinta, joven, linda. Fue como volver a mis 20, recordé lo alegre y desfachatada que era”. A veces, al estar en pareja tememos la crítica del otro y escondemos aspectos que al otro le desagradan. Ser infieles, en este caso, es ir al encuentro de aquello que fuimos alguna vez y que -creemos- ya no podemos ser con una pareja actual.

MUCHO MÁS QUE VÉRTIGO

A veces, estas crisis obligan a la pareja a reinventarse, a cambiar sus acuerdos y replantear sus libertades. Las personas y sus necesidades cambian. Y los tiempos también. Cuando una pareja restablece acuerdos luego de una infidelidad, el vínculo que resulta de ese trabajo es infinitamente mejor que el que había antes. Crecieron, maduraron, aprendieron. Si bien la infidelidad tiene un atractivo narcisista poderoso que tiene que ver con la novedad, el riesgo y el vértigo de lo prohibido, las parejas de largo plazo tienen algo muchísimo más poderoso: la historia, la complicidad, la confianza, los buenos y malos momentos compartidos. Si trabajás para que tu pareja sea un lugar agradable, divertido y erótico, es altamente probable que, a la hora de transgredir acuerdos, tengas la posibilidad de hacer una pausa. Y las pausas sirven para pensar y elegir cómo se quiere vivir, qué estás dispuesta a arriesgar y qué dolor se puede causar. .

Por Patricia Faur