Cinco días por Egipto

Los tesoros milenarios, la riqueza de la cultura local y la intensidad del desierto, en un destino que lucha por recuperar la industria del turismo, pilar de su economía.

Cinco mil años de historia en cinco días eternos. ¿Se puede meter el cuerpo y la cabeza en un tour por Egipto de 120 horas y contarlo en 120 líneas?

Insha’allah, responderían los egipcios, que invocan a Dios en cada frase.

“Si Él quiere”, claro.

Nada es imposible en esta tierra donde se siente el impacto de una cultura milenaria obsesionada con la muerte y la inmortalidad. Aquí, en medio del desierto blanco cortado por la vena azul del Nilo, aún se sigue excavando tumbas en busca de momias perdidas, como las de Cleopatra y Nefertiti, las reinas legendarias de Egipto. Allá vamos, entonces.Insha’allah.

El Cairo.

El Cairo.

Día 1 – Madre de las ciudades

Al abrir la puerta del avión entra la noche de África con olor a incienso y arena. El aire se respira pesado, caluroso, y El Cairo se aparece en la seducción de su luna llena, amarilla, casi al alcance de la mano. La ciudad, llamada la “madre de todas las ciudades”, luce confusa y el auto avanza por sus calles torcidas a fuerza de bocinazos.

Desde la terraza del hotel, el Nilo se adivina como un oasis en medio del desierto, bajo un toldo de estrellas. Ya habrá tiempo mañana para recorrer el río más largo del mundo, que se hincha con las crecidas y alimenta todo el valle donde se asentó una de las civilizaciones más antiguas de la Tierra. Los faraones solo podían ver en sus aguas mansas la mano de los dioses.

Pero ahora es tiempo de ir dormir para viajar mañana temprano a Luxor.

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El templo de Luxor, en el Valle de los Reyes.

Día 2 – Valle de los Reyes

A 655 kilómetros de El Cairo, en la antigua Tebas, se abre el Valle de los Reyes entre montañas de piedras color tierra y arena. Allí están las tumbas de casi todos los faraones del Nuevo Imperio, además de reinas, príncipes, nobles y sus mascotas. En total hay 65, pero sólo tres están hoy abiertas al público.

La de Tutankamón, el rey niño que murió a los 18 años y fue descubierta en 1922 con su ajuar de oro intacto, está en obra. Se cree que allí estaría la cámara de Nefertiti, “gran esposa real” del faraón Akenatón. Su hallazgo podría inyectar un shock de entusiasmo al turismo internacional que dejó de viajar a Egipto desde la revuelta política de 2011, y la sombra del terrorismo.

Detalle de Luxor.

Detalle de Luxor.

Mohammed, el guía en español, arrastra sus pasos lentos por el valle, mientras explica que el trabajo se redujo drásticamente. “Me llaman solo tres días al mes, cuando antes trabajaba tres semanas seguidas”, dice, y apura un sorbo de agua para aliviar su garganta seca. El sol pega mandobles en la cabeza y sólo un sombrero de alas anchas hará más fácil el camino hacia el fondo de las tumbas.

Para ingresar a la de Ramsés VI, por caso, hay que atravesar el vientre de una montaña de piedra caliza. Las paredes del pasillo, repletas de jeroglíficos originales, desembocan en una tumba de granito y basalto.

El mediodía es todo para el Nilo. Lo navegamos en una Dahabiya a vela, réplica del barco del rey Farouk, desde donde es posible barrer con la mirada ambos lados de la costa. Del margen oeste del río, donde muere el sol, quedará el Valle de los Reyes, con sus tumbas y sus difuntos. Del lado este, los templos dedicados a la vida y al rey Sol.

Por el Nilo en una Dahabiya, réplica del barco del rey Farouk.

Por el Nilo en una Dahabiya, réplica del barco del rey Farouk.

El de Luxor alza sus columnas y pilares al cielo azul desafiando los siglos, y uno lo descubre como si lo esculpiese. Es uno de los sitios arqueológicos mejor conservados del Nuevo Imperio (1.300 antes de Cristo). Muy cerca está el templo de Karnak, donde supieron trabajar 81.000 obreros hechos cautivos a punta de lanza. La mejor hora para visitarlo es a la nochecita, cuando se sale a beber la brisa del Nilo y arranca un espectáculo de luz y sonido. Aviso: vale quedarse dormido entre las gradas cuando el cansancio nos desmaya en el sueño. Hay que juntar fuerzas para mañana.

El templo de Luxor es uno de los sitios arqueológicos mejor conservados del Nuevo Imperio.

El templo de Luxor es uno de los sitios arqueológicos mejor conservados del Nuevo Imperio.

Día 3 – Tiempo de playa

Los pies agradecerán un merecido descanso en la playa de Sharm-El Sheij, en el mar Rojo. En las últimas tres décadas se sumó en la península del Sinaí un poco de naturaleza a la sobreoferta cultural de Egipto.

Sin culpas, entonces, nos embarcamos en un safari en busca de corales en lugar de momias. El canje no está nada mal. Abajo, el agua sabe bien salada y el cuerpo la siente como una bendición que viene a apagar el fuego del desierto. Arriba, mujeres en burkini se mezclan con odaliscas de pelvis audaces. La religión y la cultura estarán siempre omnipresentes a lo largo de este viaje que ya está llegando a la mitad de su recorrido.

En las agusa del mar Rojo.

En las agusa del mar Rojo.

A la noche, la agenda marca una cita imperdible con los beduinos, a la que se llegará después de manejar casi una hora por una ruta que es pura arena. Dos fogones en el medio de la oscuridad dan la bienvenida a los viajeros. La mesa está servida sobre alfombras y almohadones mullidos. El menú incluye aish (pan, que significa vida), que tiene la forma de un disco plano del tamaño de un plato y carnes a las brasas. Todo a la luz de la luna, que ahora flota en el cielo sin su costado izquierdo, pero sigue ahí a tiro de la mano erguida.

Luego vendrá el paseo en camello y un baile típico del desierto, que consiste en hacer un trompo con el cuerpo a la velocidad de la luz, siempre para el mismo lado y sin tumbarse, con una “pollera campana” que gira y gira hasta marear al visitante, pero al beduino jamás.

Cena en el desierto.

Cena en el desierto.

Día 4 – El gran museo

Regresamos a El Cairo para visitar el Museo Egipcio desbordado de sarcófagos, momias, papiros, estatuas y demás joyas de la civilización del antiguo Egipto y el Nuevo Imperio. Como no hay aire acondicionado y las piezas se exhiben de forma caótica, lo mejor es subir rápido al primer piso donde está el tesoro de Tutankamón, con su famosa máscara de oro que pesa 11 kilos, y las inquietantes momias reales perfectamente conservadas pese a que algunas tienen más 4.000 años. Con cabello, uñas y dientes, son una verdadera atracción. Una de ellas pertenece a Ramsés II, conocido como el Rey de Reyes, que en 1976 fue llevada a París para una muestra y fue recibida en el aeropuerto por la guardia de honor presidencial. Es que aún sigue vivo el recuerdo de los reyes muertos.

Vista nocturna de El Cairo.

Vista nocturna de El Cairo.

Al caer el sol, la tarde invita a meter la nariz en el mercado de Jan El Jalily, donde se mezclan olores y sabores que van desde el humo de la shisha (pipa de agua) hasta las hojas frescas de menta que acompañan al típico té egipcio (shai). La vida acá, en una atmósfera medieval, se saborea lenta, como las buenas sonrisas. Sin alcohol y a pura infusiones. El café (ahwe) se sirve hasta la mitad de la taza, con mucha azúcar. Cuando Mark Twain lo probó, no le gustó nada: “Es asqueroso, parece un sedimento lodoso”, escribió en uno de sus viajes por Egipto. Pero eso importa bien poco si el café se comparte con un amigo, o habibi, la palabra más repetida aquí por los vendedores que intentan colocar a toda costa sus souvenires y baratijas.

Día 5 – Pirámides de Giza

Si hay que despedirse de Egipto, lo mejor es hacerlo a lo grande ¡Qué decir de las Pirámides de Giza que no se haya escrito! Vaya desafío, si llevan ahí más de 5.000 años y casi toda la historia ha pasado delante de sus piedras… Es la única de las 7 maravillas del mundo antiguo que ha sobrevivido a todo.

Las pirámides, la única de las 7 maravillas del mundo antiguo que sobrevive.

Las pirámides, la única de las 7 maravillas del mundo antiguo que sobrevive.

Keops mandó a construir su Pirmámide (la primera y la más alta) para hacer allí su tumba faraónica. Y puso a todo el pueblo a trabajar para él. Se necesitaron 23 años y 100.000 hombres para levantar, roca por roca, esta colosal obra de ingeniería. Frente a ella, uno se empequeñece por la gratitud de estar ahí para contarlo.

Pero no alcanzan 120 líneas. El que se atreva, que tome la posta de este diario de viaje y pruebe con el suyo. Insha’allah.

Por: Diana Baccaro