Un lugar en el mundo para conocer: Ginebra

Sede de afamados organismos internacionales, la ciudad suiza invita a bañarse en el lago o esquiar, conocer secretos del Universo y también de la relojería

Frente al mayor símbolo de la ciudad del tiempo, el Jet d’ eau, chorro de agua que dispara unos 500 litros de agua por segundo a unos 140 metros de altura, en la playa Les Bains de Paquis, los ginebrinos disfrutan con placidez los últimos días cálidos del otoño.

La playa no es la que cualquiera se imagina. Las piedritas y balcones donde tienden sus lonas flanquean un muelle que se adentra unos 150 metros en el lago Ginebra o Lemán, el más grande de Europa Occidental, de aguas cristalinas, que recibe y vierte las aguas del río Ródano que conecta con su vecina Francia. Un lugar donde los bañistas pueden saltar desde distintas plataformas y darse el gusto de nadar entre cisnes, patos y más especies de distinguidas plumas.
Les Bains de Paquis se convierte a última hora de la tarde en el punto de encuentro de amigos y parejas, tanto sea para destapar un vino local, muy difícil de conseguir en otro país (ya que la producción es tan pequeña que apenas abastece al mercado interno) como para saborear generosos platos de comida de sus puestos. Todos aprovechan los precios accesibles tratándose de una de las ciudades más caras del mundo. Los cisnes también son de la partida. Audaces, se acercan a menos de medio metro de distancia para pedir un bocado, igual que un perro.

Situada entre el macizo de Jura y los Alpes, de aquí en más, a la ciudad le esperan días fríos y blancos. Algo que a sus habitantes los tiene sin cuidado cuando hay tantas propuestas de montaña. Hay unos 200 centros de esquí, dentro de un radio de horas. A 40 km, EspaceDole, en Jura, es uno de los esquí resorts más atractivos para ir en familia. Y si no alcanza, a una hora en auto, en Francia, a los pies del Mont Blanc (4810 metros), el pico más alto de Europa, se enclava el glamoroso centro invernal Chamonix. El deporte está garantizado, igual que el chocolate y las deliciosas fondue de queso. Todo queda a un paso.

Cartas de presentación
Resulta sorprendente que una ciudad pequeña, de 190.000 habitantes, sea tan global y ostente tantas cartas de presentación. Por su histórica neutralidad, Ginebra se convirtió en uno de los principales centros financieros del mundo y a la vez, sede de numerosos organismos internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), La Cruz Roja, el movimiento humanitario más grande del mundo y la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otras. Más allá en el tiempo, en el siglo XVI fue la ciudad del teólogo francés Juan Calvino, uno de los padres de la Reforma protestante. En el siglo XVIII, fue el lugar de nacimiento del filósofo Jean-Jacques Rousseau, autor de El contrato social, pensador de la democracia directa (a orillas del Ródano, cerca del puente Mont blanc, hay una isla con una estatua de bronce en su honor). La misma región que desarrolló complejos mecanismos de relojería, dos siglos más tarde, vio nacer Internet (1989). ¿Dónde? En el CERN, el mayor laboratorio para física de partículas del mundo, donde desde 1954 se trata de develar los secretos del universo.

En una tarde se puede tener un pantallazo del corazón de la ciudad, con sus relojerías de alta gama, tiendas de lujo internacionales, concentradas por la Rue de Rhône y sus emblemáticas chocolaterías sobre la Rue du Marché. Gracias a sus pequeñas dimensiones y su importante red de transporte, integrada por barcos amarillos, tranvías, ómnibus y trolebuses, es sencillo recorrerla de punta a punta y adentrarse en todos los sitios de interés que la convierten en única.

A menos de 10 minutos de la estación de trenes Cornavin, sobre la margen derecha del lago, se encuentra el Distrito Internacional. En la Plaza de las Naciones se mantiene en pie una enorme silla con una pata destrozada. Broken Chair (silla rota), escultura monumental, fue creada por el artista suizo Daniel Berset y realizada por el carpintero Louis Genéve, para convencer a la comunidad internacional la necesidad de prohibir las minas antipersonales. Debía ser exhibida tres meses. Pero una vez firmada la Convención de Ottawa en 1997, quedó allí debido a su impacto. La placa recuerda a los estados su obligación de proteger y socorrer a la población civil, a actuar para que se respete el derecho de las personas y las comunidades a recibir un justo resarcimiento.

Enfrente, se abren las puertas del Palacio de las Naciones, donde funciona la sede europea de la ONU. Subiendo la pendiente, en el Parque Ariana, se observa una escultura dedicada a Gandhi, y más arriba, el Museo Internacional de la Cruz Roja. La exhibición permanente, La Aventura Humanitaria, se divide en tres partes dedicadas a explorar los mayores desafíos del mundo de hoy: defender la dignidad humana, reconstruir los lazos familiares y reducir los riesgos de la naturaleza. Los espacios no ofrecen una descripción típica de museo, sino que invitan a escuchar y ser interpelado por las proyecciones de quienes lograron salir adelante gracias a su compromiso personal, resiliencia y ayuda de la Cruz Roja. Como el hombre que fue niño soldado en Sudán o una sobreviviente del genocidio de Ruanda. Cada espacio fue diseñado por talentosos arquitectos de diferentes partes del mundo: Gringo Cardia, de Brasil; Diébédo Francis Keré, de Burkina Faso y Shigeru Ban, de Japón, seleccionados por concurso, tanto por la calidad de sus trabajos como por su sensibilidad. Henry Dunant, su fundador, fue el primer premio Nobel de la Paz, en 1901, por fundar el Comité Internacional de la Cruz Roja, que dio origen al movimiento humanitario más importante del mundo. Su libro Recuerdo de Solferino, recuerda su paso por esa ciudad del norte de Italia el día en que se libró la batalla (1859) entre franceses piamonteses y el ejército austríaco, en la que hubo 38.000 heridos, a quienes no se les daba asistencia. Dunant organizó a las mujeres y levantó hospitales de campaña con sus propios recursos y de ahí en más pregonó la atención sin distinción de nacionalidad. Su obra inspiró las bases del Primer Convenio de Ginebra (1864).

El mundo de las partículas

Otro lugar único en el mundo que se puede visitar en Ginebra es el CERN. A 20 minutos del centro de la ciudad, recibe al visitante con una exhibición que introduce al mundo de las partículas. La muestra desmenuza la tecnología que hizo posible el Large Hadron Collider (LHC), el acelerador de partículas más grande del mundo, que está ahí mismo en el CERN, pero . 100 metros bajo tierra, en un circuito de 27 km que circunda Ginebra y las montañas de Jura. Trabajan en el CERN científicos de más de 100 países, indagando en diversos aspectos sobre el origen de la masa de las partículas, la materia oscura del Universo, la antimateria.

Otra visita llena de complejidades lleva al pasado. Al mundo de la relojería. Patek Phillipe Museum atesora 500 años de historia de la relojería, que incluyen piezas suizas y europeas realizadas entre los siglos XVI y XX, entre ellas prestigiosas piezas de esta firma, fundada en 1839. Entre tantos relojes que no hacen tic tac todos juntos, afortunadamente, se observan verdaderas joyas: relojes colgantes, con piedras preciosas; de bolsillo, con pinturas en miniatura y elegantes jaulas con pájaros de colores que musicalizaban el paso de las horas.

Con estas visitas, se confirma la idea de estar pisando un lugar único. De un lado del lago, frente al hotel Beau Rivage, Isabel de Baviera (más conocida como la emperatriz Sissi) murió en manos de un anarquista (1898). Del otro lado, en el elegante barrio Cologny, una noche de verano de 1816, Mary Shelley dio vida a Frankestein. Allí, la Fundación Martin Bodmer actualmente ofrece una muestra temporal con originales de la novela. Pero hay más razones para visitar esta Fundación, incluida en el Registro de la Memoria del Mundo de la Unesco. Su fundador, Martin Bodmer (1899-1971), quiso crear una biblioteca de la literatura mundial. Su colección está formada por más de 150.000 documentos (entre manuscritos y libros) en más de 80 lenguas. Entre sus principales tesoros cuenta con una rara copia de la Biblia de Gutenberg. En las vitrinas también se exhiben manuscritos de Jorge Luis Borges en hojas cuadriculadas que sorprenden por su diminuta caligrafía y una simbología muy personal para anotar y corregir los textos. Los restos del escritor descansan en el cementerio de destacadas personalidades ginebrinas.

Quienes se aventuren en un paseo por el cementerio, también descubrirán que no es el único ilustre argentino. Con su música, lo acompaña Alberto Ginastera.

Datos útiles

Cómo llegar:

El vuelo de ida y vuelta con impuestos incluidos arranca desde 21.000 pesos.

Dónde dormir:

Alojamiento: La habitación doble de un hotel de tres estrellas cuesta en promedio unos 150 euros.

Transporte público

Ginebra ofrece muchas facilidades al viajero, a quien recibe con los brazos abiertos. Por empezar, no paga el tren que conecta al aeropuerto. Hay un ticket especial. Luego en el momento de hacer el check in en el hotel, se recibe un pase para viajar de manera gratuita en su red de transporte, que todo lo conecta en pocos minutos: barcos amarillos que unen distintos puntos del lago, tranvías, trolebuses y ómnibus.

Qué hacer

Museos: es una buena idea adquirir el Geneva Pass, un pase ofrecido por la Oficina de Turismo de Ginebra, que abre las puertas de sus museos y más atracciones, que sí pueden disfrutarse el año entero. El pase de tres días cuesta unos 40 euros (se obtiene un descuento si se compra online)

Restaurantes: Imperdibles, desde ya, sentarse a comer una fondue de queso (se hace con queso gruyère que en Suiza no tiene agujeros) o una raclette (queso que se derrite en el plato). El barrio Paquis, que reúne un gran número de colectividades orientales, ofrece propuestas muy tentadoras. A quien le guste el arroz, podrá probarlo en las versiones chinas, japonesas, thai, vietnamita. Los árabes también elaboran sus platos y ofrecen pipa de agua en bandeja. Un plato de comida parte de los 25 euros.

Por: Gabriela Cicero