Se perdió y volvió a su dueña 2 años después: La historia de Bucky

Alicia no había olvidado los cuatro años que pasaron juntos; el tiempo comprobó que él tampoco

¿Qué pasaría si perdieras a tu perro? Casi con seguridad harías todo lo posible por encontrarlo. La historia de hoy nos muestra cómo los amigos de cuatro patas pueden sorprendernos y llegar a nosotros, aún cuando ya nos habíamos resignado.

Bucky llegó a la vida de Alicia en 1999. Una vecina de la forrajería para la que trabajaba se lo regaló el día de su cumpleaños. “Me enamoré de él apenas lo vi. Era una bolita de pelo negro, tan hermoso. En ese momento vivía en un edificio en el que estaba prohibido tener animales. Como no podía infringir las reglas del consorcio, pensé en mi amiga Luisa y le propuse una tenencia compartida. Ella vivía cerca de mi lugar de trabajo y amaba los animales. Luisa le daría techo; yo me encargaría de la comida y los paseos diarios”, cuenta.

El plan funcionó a la perfección durante cuatro años. Alicia buscaba a Bucky tres veces al día y lo llevaba a caminar por las calles de Neuquén, su ciudad. Y cada noche, el perro volvía a lo de Luisa, donde era cuidado con el mismo amor y dedicación. “Siempre que paseábamos yo le hablaba a Bucky, le decía que lo quería mucho, que me encantaban sus rulos y que íbamos a tener que cortarle el flequillo para que pudiera ver algo. Era mi bebé”, recuerda Alicia.

Cuatro patas perdidas

Una mañana de noviembre de 2003 el círculo perfecto se desmoronó. Un llamado de Luisa trajo la mala noticia: Bucky estaba perdido. Cuenta Alicia que su amiga había salido a hacer algunas compras con el perrito: “Tenía la costumbre de sacarle la correa al llegar a la puerta del edificio para dejarlo subir solo las escaleras, siempre delante suyo. Pero esta vez, Bucky se entretuvo olfateando algo en la calle. Luisa subió a dejar las bolsas y cuando se dio vuelta para buscarlo, ya no estaba”.

Lejos de paralizarse, Alicia habló con su jefe, tomó su bicicleta y salió camino a lo de Luisa. Recorrió las calles muy despacio, con la vista afilada para encontrar a su amigo de cuatro patas. La búsqueda no dio resultados pero la dueña de Bucky estaba decidida a hacer todo lo que estuviera a su alcance: consultó a la gente de los negocios de la zona, pegó panfletos, llamó a las radios de la ciudad pidiendo difusión y visitó cada lugar donde le decían haberlo visto. “Lo busqué durante meses. Pensaba en él todos los días, me angustiaba no saber qué le había pasado, cómo estaba, si alguien lo estaba cuidando, si me extrañaba. Nunca dejé de pensar en él”, cuenta.

Reencuentro al fín

Pasaron dos años. Para ser exactos, dos años, un mes y 11 días. Alicia recuerda con precisión ese 1° de febrero de 2006, el día que se reincorporó al trabajo después de unas vacaciones y en la puerta se encontró con la mejor sorpresa: “‘¿Bucky sos vos?’, le pregunté. Lo miré, me miró y empezó a mover la cola. Y ya no tuve dudas, ¡era él! Me puse a llorar como una nena; lo abracé, le dije que lo había extrañado mucho mientras él no paraba de gemir y lamerme la cara”, relata con emoción. Enseguida se acercó su jefe y le contó algo que la dejó aún más boquiabierta: hacía varios días que el pequeño morocho había llegado solo al negocio.

En un primer momento, entró a olfatear el lugar, pero después se posó en la puerta con una firmeza inalterable. El perro estaba gordito y con su pelaje intacto, dos señales de que había tenido un buen dueño en el ínterin. Al segundo día, como no se iba, el jefe decidió darle agua y comida. “Estaba claro: me había estado esperando; sabía que, tarde o temprano, yo iba a aparecer. Creo que él tampoco me olvidó, encontró la posibilidad de escaparse de donde estaba para volver a buscarme”, cuenta Alicia.

Para entonces, Alicia se había mudado a una casita con patio. Así que no lo dudó y se llevó al perro a vivir con ella: “Bucky reinó en mi casa hasta el año pasado, cuando murió por complicaciones propias de la edad. Fue un hijo, un compañero, un amigo. Siempre estuvo detrás de la puerta para recibirme y hacerme saber que estaba feliz en cada reencuentro”.

Por: Valeria Slonimczyk