¿Puede existir la amistad entre el hombre y la mujer sin pensar en sexo?

Vamos a arrancar diciendo que no nos vamos a detener en explicar si es posible la amistad con el sexo opuesto, porque ya damos por sentado que es un tema superado, pero en lo que sí nos vamos a enfocar es en el por qué cada vez que vemos a una mujer y un hombre llevarse bien, en seguida sospechamos, desde afuera, que son más que amigos.

Todos sabemos que cada relación que establecemos es única, ninguna amistad se parece a otra, porque son justamente las diferentes personas las que van moldeando de manera distinta cada vínculo. Uno no va por la vida seleccionando minuciosamente de quien hacerse amigo, dado que muchas veces los contextos nos llevan a conocer gente, que en un principio no nos representaban nada, pero con el tiempo y las circunstancias, se van convirtiendo en entrañables, en una especie de *pares* emocionales que sin duda van ocupando lugares fundamentales en nuestra vida.

Por lo tanto, simplificar ese vínculo es pensar que sólo se puede gestar entre personas del mismo sexo, porque de caso contrario, “hay algo más”, un interés oculto de que esa amistad sea la antesala para otro tipo de relación. Desde ya, que puede pasar, y que hay una línea que deja de ser nítida cuando se confunden los sentimientos,pero quedarnos solamente con eso, es de un reduccionismo tan grande que no sobrevive ningún tipo de análisis.

Tener amigos, es tenerlos de todo tipo y estilo, es sorprenderse con el mundo del otro, pero a su vez no sentirse ajeno al mismo, es una experiencia que no se detiene en si es hombre o mujer, es tan superador, que nos coloca en un plano más arriba, en el de dos personas que se sienten a gusto con la otra y que le imprimen un carácter único a la relación que crearon. Sin embargo, aunque lo último haya sonado hasta poético, a la mirada social aun, le cuesta asimilar esto cuando se trata de sexos opuestos, como si un pensamiento primario, acaparara el inconsciente colectivo, y de repente todos tuviéramos que salir a aclarar con la famosa frase de “somos solamente amigos” para que se borren todas las dudas que sabemos que igual van a quedar.

Hay que hacerse cargo. Somos responsables de los vínculos que formamos. Si la persona a la que llamamos *amigo* nos atrae, y se mezcla la amistad con amor, y nos referimos a la existencia de la tensión sexual en su máxima expresión, queda en nosotros el querer erróneamente disfrazarlo bajo ese rótulo, porque sabemos que no va a pasar mucho tiempo hasta que la relación se tiña de un montón de matices que, tarde o temprano, van a llevar a la confusión de sentimientos que va a poner en la cuerda floja a la aparente amistad.

 
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POR QUÉ ES IMPORTANTE QUE LOS LÍMITES ESTÉN CLAROS:

Para no confundirnos, ni confundir al otro. Cuando los sentimientos están mezclados en una relación, se altera nuestra forma de comunicarnos, todo nuestro lenguaje se inunda de metamensajes que pueden dar lugar a malentendidos.

Para perpetuar la amistad. Si no sabemos cuál es tipo de vínculo que llevamos adelante, se hace muy difícil de sostener y cualquier crisis puede provocar su quiebre.

Para no exponernos a salir heridos. Cuando los límites no son claros, todo lo demás se vuelve difuso, y podemos quedar atrapados en situaciones que no solo nos lastimen, sino que además nos dejen vulnerables.

Solo quienes participan de un vínculo pueden identificar los sentimientos y hacerse responsables de ellos. No depende de si hablamos de hombre o mujer, si no de las dos personas que llevan adelante la relación. Creer que siempre *hay algo más* cuando se trata de sexos opuestos es privarse de la posibilidad de ver a la amistad como un todo y olvidarse de las personas que la componen, sino más bien engancharse con pensamientos que ya quedaron anacrónicos. El amor de pareja se apoya en cimientos que no son los mismos sobre los cuales se construye una amistad, como se suele decir, en el amor se necesita una cuota de incertidumbre, mientras que en la amistad se necesitan las certezas. Todos conocemos los límites y siempre será dominio nuestro como no manejemos con ellos.

Por María Gabriela Palleros