Proyecto de Ley para tratar la dislexia que afecta a uno de cada diez alumnos

Es un trastorno que impide leer en forma fluida y genera fracaso escolar. La iniciativa obliga a obras sociales y prepagas a cubrir los tratamientos. Sólo el diagnóstico cuesta $4.000.

La dislexia es el trastorno del aprendizaje más frecuente. Distintas investigaciones en Estados Unidos y Europa señalan que afecta a entre el 5 y 10% de la población. En la mayoría de las aulas argentinas hay por lo menos un alumno disléxico, un trastorno definido por las neurociencias como “neurobiológico” y hereditario, que impide que los chicos aprendan a leer de forma fluida y precisa. En la comisión de Educación de Diputados se está discutiendo un proyecto de Ley sobre Dificultades Específicas del Aprendizaje que ya tiene media sanción del Senado, y que garantizaría que el tratamiento sea incluido en el Plan Médico Obligatorio.

Los síntomas más comunes son omisiones, inversiones, sustituciones o adiciones de letras en la lectura o escritura; también faltas de ortografía en palabras frecuentes. El proyecto de ley, presentado por la senadora María Laura Leguizamón (FPV), prevé que estos alumnos reciban un “abordaje integral e interdisciplinario”, exige una “detección temprana de las necesidades educativas” de los chicos y establece un sistema de capacitación para que los docentes sepan cómo adaptar la currícula para ellos. También determina que las obras sociales y prepagas cubran los tratamientos: el diagnóstico requiere varias consultas con psicopedagogos y fonoaudiólogos, y cuesta un promedio de 4000 pesos.

“La ley da un marco para que la escuela trabaje con estos alumnos y no diga ‘yo no puedo’. Busca garantizar que se hagan las adaptaciones necesarias para que los chicos no se caigan del sistema”, explicó a Clarín Florencia Salvarezza, directora Instituto de Neurociencias y Educación de INECO, quien defendió la norma ante los asesores de la comisión de Educación en Diputados, junto con Silvia Panighini (jefa de Psiquiatría Infantil en FLENI), Hugo Arroyo (jefe del servicio de Neurología del Hospital Garrahan hasta este año) y Gustavo Abichacra, pediatra y presidente de Disfam (Dislexia y Familia), la organización que impulsa el proyecto. La ley también tiene el apoyo de la Asociación Argentina de Logopedia, Foniatría y Audiología y la Sociedad Argentina de Pediatría.

“Los estudios científicos indican que, si se les enseña de modo sistemático, los chicos aprenden a leer en entre 4 y 6 meses. En 1° grado, la mayoría ‘hace clic’ en agosto. Hay un 10% que no puede: habitualmente tienen familiares disléxicos”, asegura Salvarezza. Y agrega: “Las investigaciones a base de imágenes cerebrales encontraron que, al leer, se activan distintas zonas del cerebro en los chicos disléxicos y en quienes no lo son”. Salvarezza enfatiza que este trastorno tiene un “fuerte componente genético” y que hay “cuatro genes identificados”: los que controlan la migración neuronal, proceso crucial en el desarrollo del cerebro durante el embarazo.

Algunas voces, sobre todo desde el psicoanálisis, argumentan que la “dislexia” se utiliza como una etiqueta que estigmatiza a los chicos (ver aparte). “El niño que tiene dislexia y no cuenta con un diagnóstico recibe otras etiquetas: los tildan de vagos; ellos mismos empiezan a sentir que no les da la cabeza. Esos son los verdaderos estigmas”, plantea Gustavo Abichacra, y subraya que “es fundamental la detección temprana, a los 3 o 4 años”. Desde Disfam y otras organizaciones impulsaron normas para que las escuelas se adapten a la dislexia en provincia de Buenos Aires (donde rige una resolución desde 2013) y en Neuquén (allí acaba de aprobarse una ley provincial).

La doctora en Psicopedagogía Rufina Pearson sostiene que estas normas implican un avance “para la inclusión de chicos que día a día realizan un esfuerzo enorme por llegar al nivel de la clase, son tratados como poco inteligentes y denigrados en su autoestima, cuando en realidad son brillantes o ‘normales’ en otras áreas no valoradas al evaluar los procesos de aprendizaje, como la oralidad, la creatividad y la expresión artística”. Para Pearson es clave ajustar los métodos de evaluación: “Las escuelas se están perdiendo del gran aporte que significa tener alumnos creativos, por el simple hecho de que las evaluaciones se focalizan en el proceso de lectoescritura”.

“Santi no lograba leer ni escribir. Volvía de la escuela y decía: Yo no sirvo para nada”, recuerda Marcela Torti. A su hijo le diagnosticaron dislexia en 2° grado, tras un par de años de consultas. Con el tratamiento, aprendió a leer en 4 meses. “Yo pedía adaptaciones curriculares en la escuela, me respondían: ‘Claro, la madre quiere que le faciliten todo’. Hay mucho desconocimiento; la ley va a impulsar la capacitación docente”, se entusiasma. Cuenta que, aunque todo se encaminó cuando Santiago cambió de colegio, empezó la secundaria y volvió a toparse con la reticencia de muchos profesores. “Necesitamos la ley para que el tratamiento sea gratuito y accedan todos los chicos, no solo los que pueden pagarlo”.

Un trastorno que genera polémica

Mientras se discute el proyecto de ley, algunos expertos advirtieron sobre una posible “patologización de la infancia”. “La palabra dislexia, de uso muy antiguo, describe ciertas alteraciones en la lectoescritura que no necesariamente indican un problema”, plantea Gabriela Dueñas, doctora en Psicología. Para Dueñas, “es normal que algunos chicos escriban en espejo u omitan letras; son dificultades propias del proceso de alfabetización”. La experta sostiene que “no existe un trastorno neurológico de base. No hay que recurrir a tratamientos de reeducación sino escuchar al niño, que él pueda expresar lo que le pasa, porque esas dificultades pueden ser síntomas de otras problemáticas, escolares o emocionales”.

Florencia Salvarezza, directora del departamento de Lenguaje de INECO, responde: “La dislexia existe; esto no se discute en ninguna parte del mundo. Lo avala un corpus científico muy importante, desde los años 80; muchos países tienen asociaciones científicas de dislexia. Hay una diferencia fundamental entre ciencia y opinión: es oscurantista cuestionar la existencia de este trastorno”.

Por: Alfredo Dillon