Para adelgazar, dormir bien es indispensable

Descansar poco o mal lleva a ingerir más calorías y de peor calidad.

Dormir y comer, dos grandes placeres. Pero al ritmo que vivimos en la sociedad actual muchas personas ven afectados sus hábitos y esto termina arruinando las buenas costumbres del sueño y de la alimentación. Aunque no lo parezca, ambas necesidades están muy relacionadas y no llevar a cabo una de ellas correctamente puede traer consecuencias y afectar a la otra. Un reciente estudio sugiere que no dormir nos hace ganar peso.

Para la investigación publicada en el European Journal of Clinical Nutrition, expertos del del King’s College de Londres revisaron 11 estudios anteriores sobre los efectos de la privación de sueño en la ingesta calórica. Algunos de estos mostraron la comparación entre voluntarios que durmieron de tres a cinco horas y aquellos que hicieron de siete a doce horas de sueño.

Los del primer grupo, a pesar de haber estado despiertos más tiempo, no gastaron mucha más energía durante las siguientes 24 horas que los “durmientes regulares” porque también comían más mientras estaban despiertos. De hecho, ingirieron un promedio de 385 calorías más por día más que sus homólogos.

“La principal causa de la obesidad es un desequilibrio entre la ingesta y el gasto de calorías y este estudio apunta, en base a la acumulación de pruebas, que la privación de sueño podría contribuir a este desequilibrio”, explica en un comunicado una de las autoras del estudio, la doctora Gerda Pot. Esta investigación podría reafirmar el dicho popular en inglés “early to bed, early to rise, makes a man healthy and wise” (“temprano a la cama, temprano al despertar, hacen a un hombre sano y sabio”).

Además, el equipo de Pot observó que aquellos que no durmieron las horas necesarias cambiaron su dieta a una alimentación más rica en grasas y más pobre en proteínas. De manera que incrementaron el número de calorías por gramo. Sin embargo, la cantidad de hidratos de carbono consumida se mantuvo igual.

Un reloj interno descontrolado
Otro de los estudios revisados por los expertos del King’s College demostró que las áreas del cerebro de 26 voluntarios se comportaron de manera diferente cuando se les privó de sueño. Aquellas asociadas con la sensación de recompensa se iluminaron más cuando se les mostraron alimentos que en circunstancias normales. Esto podría indicar que las personas que carecen de sueño, se vuelven más proclives a demandar y consumir alimentos.

En otra investigación se demostró que “jugar con nuestro reloj interno” puede traer consecuencias nefastas y complicaciones para la salud a largo plazo como favorecer la obesidad, ya que perturba la producción hormonal y nos incapacita para llevar a cabo rutinas regulares de ejercicio.

Javier Albares, especialista en medicina del sueño de Centro Médico Teknon, afirma que “cuando una persona duerme poco o mal, a nivel endocrino aumentan sus niveles de grelina, conocida como hormona del apetito; y de leptina, responsable de la sensación de saciedad”.

Por eso tenemos la necesidad de comer más y, lo que es peor, ingerir comida basura y más carbohidratos (en concreto azúcares). “A su vez, dicha alimentación provoca que haya unos niveles de glucemia en sangre que pueden desembocar en una resistencia a la insulina y por tanto, una diabetes tipo dos. Además, contribuye a la obesidad porque estamos más cansados y hacemos menos ejercicio físico, por lo que gastamos menos”, asegura el experto.

“Está comprobado que las personas que duermen menos de cinco horas tienen un 50% de mayor riesgo de padecer obesidad. Es un hecho gradual, los adultos conforme vamos bajando de ocho horas de sueño, aumentamos el sobrepeso”, concluye Albares.

La doctora Pot y su equipo consideran que estos últimos datos son un trampolín para una investigación más proactiva. En concreto, para usar el sueño como arma contra la obesidad. “Nuestros resultados sitúan al sueño como tercer factor potencial, además de la dieta y el ejercicio, para controlar el aumento de peso de manera más eficaz”, concluye Haya Al Khatib, otra de las autoras del estudio.

Por: Alejandra Sánchez Mateos